Reflexiones del día después


Atrás nos han quedado, un año más, las celebraciones de la Semana Santa. Momento propicio para hacer balance y ejercitar, ahora sí, la memoria histórica del acontecimiento más grandioso y trascendental que han visto los siglos. Satisface constatar el creciente esfuerzo que realizan las cofradías para recuperar pasos e imágenes desaparecidas durante nuestra guerra fraticida, así como el incremento que experimentan las Semanas Santas de nuestras ciudades y pueblos en lo que a asistencia de público devoto se refiere.
Por desgracia, millares de representaciones artísticas realizadas por los grandes imagineros españoles, se perdieron para siempre y jamás volveremos a admirarlas. El incomparable acervo constituido por irrepetibles tallas de Berruguete, Salzillo, Juan de Juni, o Diego Silóe, fue hurtado a las generaciones posteriores a aquella contienda, al igual que un sinnúmero de pasos de Martínez Montañés, Juan de Mesa, Gregorio Fernández y tantos otros inspirados artistas de siglos pasados. ¿Qué sentido tuvo aquella furia destructiva? ¿Y qué sentido ha tenido este año el robo – presunto, naturalmente – de esas cuarenta armaduras de centuriones romanos que ha sufrido una antigua cofradía de Chinchilla?
La celebración de la Semana de Pasión cuenta cada día con más cofrades, costaleros y penitentes. Es éste un claro signo de que el proceso de secularización de la sociedad, por el que algunos luchan con un afán digno de mejor causa, no surte el perseguido efecto. Por fortuna en este caso, el sentimiento cristiano sigue siendo infinitamente más poderoso, incluso en el ámbito de los más jóvenes. Y ello tiene un doble mérito si consideramos las barbaridades que ciertos grupos del sector público han venido consintiendo, cuando no instigando, en estos días santos. Me refiero, por ejemplo, al grave insulto que significa para la generalidad de la población castellano-manchega, que en la madrugada del Sábado Santo, mientras la mayor parte de los canales de televisión retransmitían procesiones y multitudinarios actos religiosos, alguna de ellas siguiera emitiendo películas pornográficas, o programas de chistosos especialmente dedicados a hacer mofa (hasta cuesta transcribirlo) del Santo Padre, de la Santísima Virgen, y del mismo Jesucristo.
Uno de estos imprudentes – que ni sabe uno qué nombre darles – llegó al extremo de inventarse una Santa Cena en el que Jesús prepara un guiso de angulas. Por descuido, el plato se derrama en el suelo y el «humorista» pronuncia esta burda exclamación: «¡No me dirán ustedes que no es para matarlo!» Pero lo más triste del caso fue que el público del plató aplaudió con todas sus fuerzas.
España, amigos lectores, no llegará a ser nada mientras nosotros, los ciudadanos, no logremos formarnos un criterio propio. Ni siquiera nuestro voto democrático valdrá para mucho si no escapamos de ese absurdo borreguismo en el que algunos nos quieren reclutar. Los creyentes, como me he permitido expresar en otras ocasiones, somos la verdadera mayoría en nuestro país, y no es lógico que tan amplio colectivo se deje manipular por una caterva de patanes impresentables, ni que lo hagan sin presentar la menor queja o contraponer el más mínimo abucheo. No parece lógico ni coherente que les sigamos el juego.

© 2009  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 13 de abril de 2009
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