Hace tiempo que abrigo la intención de redactar un elogio sobre ese spot televisivo del Metro de Madrid, en el que todos los usuarios se movilizan para atender rápida y solidariamente a una viajera que se pone de parto. Lamentablemente, ese anuncio, que era uno de los pocos que me agradaba ver, ha dejado de emitirse; y la línea agotadora de los spots de una entidad financiera especializada en carneros y trajes de novia, parecía haber vuelto a dominar el panorama publicitario de nuestro sufrido país. Mas he aquí que aquel hermoso anuncio del Metro de Madrid, acaba de ser sustituido por otro, tan grato a la contemplación como el anterior. En este nuevo spot se ve a un señor con su hijo pequeño en brazos que entra en un vagón del Metro. Es una hora muy temprana de la mañana y el niño se queja del madrugón. «Mamá» – le dice s su padre – «no me hace levantar tan pronto…». Y el padre, en un intento por distraer los pensamientos del niño, se inventa la curiosa y eficaz historia de que los que viajan a esa hora en el suburbano son los encargados de poner en funcionamiento la ciudad. Un señor muy alto que entra en el vagón es el responsable de apagar las farolas de las calles, y el que viaja con una planta de grandes dimensiones, el que se ocupa de poner en orden los jardines. El pequeño, entrando inteligentemente en el juego, hace saber a su padre que ese otro viajero que acaba de sentarse, el de la indumentaria estrafalaria, es el que coloca el reloj en la Puerta del Sol. La fantasía está servida y el niño ya se ha olvidado totalmente de lo temprano que es. ¡Qué facil es – y que difícil a un tiempo – ayudar a un hijo a crecer!
Este anuncio me recuerda que un día, estando con el benjamín de mis nietos, éste pronunció una frase que se me antojó impropia de un niño. Dijo algo así como «esto no es coherente, abuelo…». Yo le espeté que no hablara como los adultos, al tiempo que le hacía el gesto de arrebatarle esas palabras de la boca y metérmelas figuradamente en el bolsillo. El pequeño se puso serio e introdujo su manita en mi bolsillo para «recuperar» sus palabras. Acto seguido, se dirigió a la abuela para denunciarle, en tono triunfador, que «el abu había querido quitarle unas palabras…pero no lo había conseguido…». Usted, lector, si aún no es abuelo, pensará que estoy gagá; pero nada de eso. Es maravilloso vivir este tipo de experiencias con esos renacuajos surrealistas que nos regala la edad. El creativo de ese nuevo anuncio del Metro de Madrid, debe de ser un abuelo, o un joven muy inteligente capaz de valorar las pequeñeces que engrandecen nuestra vida.
Ante la falta de talento que denotan una infinidad de anuncios machacones y vulgares, uno siente la necesidad de agradecer el excelente trabajo que realizan los responsables de la publicidad del Metro de Madrid. No siempre es lo frívolo ni lo superficial lo que más «vende». La humanidad de las cosas sencillas, el guiño afectuoso de un abuelo «Tarradellas» o una simple historia cotidiana del Metro de la gran ciudad pueden hacer de la publicidad un arte, y llevar a las más altas cotas cualquier imagen de marca.
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 3 de mayo de 2010