Archive for the ‘CRÓNICAS DE ÁFRICA’ category

«Estirón de orejas» a don Luis del Val

27/04/2010

Le ruego la publicación de la presente carta, ya que tiene por objeto enmendar cariñosamente la plana a don Luis del Val, respecto a la columna que publicó en este diario el pasado 16 de abril, bajo el título «Islamistas Españoles». Empezaré rogando al ilustre periodista que no dude en corregirme y regañarme cuando, como a todos nos puede ocurrir, meta cualquier día el cuezo como él lo ha metido en su citado artículo. Y seguiré para puntualizar que su error estriba en la falsa noticia que da a los lectores de que no hay iglesias cristianas en los países musulmanes en los que manda el Islam. Tal afirmación, por ser de todo punto inexacta, reclama que alguien la corrija de inmediato. Un servidor, que ha viajado bastante por esos países, ha podido asistir a misa dominical en Rabat y Casablanca, y hasta a una inolvidable «misa del gallo» en Marrakech; y también ha tenido ocasión de conversar, por motivos periodísticos, con el párroco de la iglesia católica de Dahkla (Sahara hoy ocupado por Marruecos) y con el obispo de la catedral católica de Saint Louis, en Senegal. Y aunque no haya entrado en ellas, ha visto iglesias cristianas en prácticamente todos los países musulmanes visitados, tanto en África como en Medio Oriente y Asia. Me atrevería a asegurar que en la mayoría de países islámicos existen, debidamente autorizadas, iglesias de nuestra religión. Obviamente, no es este el caso del Afganistán de nuestros días, ni el de una docena de países que en una u otra medida dificultan, persiguen o directamente prohíben los actos de culto cristianos, o penalizan su labor proselitista. La delicadeza del asunto que don Luis del Val toca en su columna, exige que nos atengamos a hechos constatados. Lo contrario sería demagogia. Y callarse ante la involuntaria imprecisión de un tercero, en asunto como éste, también. Me falta ahora leer (primero tendré que comprarlo) ese libro – «Islam, visión crítica» – de Enrique Diego, que el señor de Val cita en su interesante columna, como si de algún modo lo aprobara.

© 2010 José Romagosa Gironella

Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  25 de abril de 2010, sección «Cartas al Director».

Crónicas de África – y VI – Al Andalus, la gran añoranza islámica

21/03/2010

Érase una vez un imperio africano, en un principio bereber, después almorávide y almohade, que señoreó por luengos siglos el Noroeste de África – desde los ríos Senegal y Niger hasta el mar Mediterráneo – y aproximadamente dos tercios de la Península Ibérica. Ocupaba en buena parte el espacio geográfico que otro gran dominador, el Imperio Romano, dejara algún tiempo atrás a medio civilizar.Aquella fuerza poderosa, recién convertida al Islam, que pretendía extenderse por Europa – ¡y llegó hasta Poitiers! – introdujo en la vieja Hispania el refinamiento y el amor por las Artes y las Ciencias que ninguna civilización anterior le había podido inculcar.
No logró su intento de islamizar la Península y más tarde el resto del continente europeo, pero sí el de alumbrar – en Córdoba, Granada, Sevilla…- la más grande de las culturas hasta entonces conocida: el deslumbrante emporio de Al Andalus, que alcanzó a eclipsar el pasado esplendor de Bagdad, Damasco y Bizancio.
Con todo, no fue Al Andalus fruto exclusivo de aquella invasión, sino el feliz resultado de la fusión de dos culturas, o tres, si incluimos la hebrea, las cuales, ora guerreando entre sí, ora conviviendo constructivamente, convergieron en un espacio geográfico y en un periodo de tiempo históricamente propicios. Frente a una Europa medieval, empobrecida por las guerras y las pestes, y permanentemente a merced de invasores extranjeros, ese Al Andalus de las tres culturas brilló con luz propia y admiró al mundo.  
La memoria de aquella época, la más gloriosa de la historia del Islam, y de todo el Medievo, sigue viva y recordada en el mundo musulmán de nuestros días, al igua que el de otros momentos posteriores, los más aciagos de esa historia, que pueden resumirse en la definitiva derrota sufrida por el Islam en las Navas de Tolosa, en 1212, la trascendental toma de Granada, en 1492, y la trágica expulsión de los moriscos en el siglo XVII.
Sobre este último episodio, resulta interesante conocer cómo lo explican hoy a sus alumnos los maestros marroquíes. Les señalan, como razón de la expulsión, la imposibilidad de que los reyes cristianos siguieran tolerando una población dudosamente conversa y susceptible, por tanto, de convertirse en quinta columna de un previsible proyecto de desembarco en España de navíos de guerra turcos.
Son numerosos los signos de este recuerdo de Al Andalus, que, a pesar del paso del tiempo, permanece imborrable en la mente de todas las gentes del Norte de África con los que el viajero español se topa. Hasta el más humilde pastor, que puede ser un ignorante en muchísimas otras cosas, conoce a la perfección esa historia que le enseñaron (en su versión musulmana, como es obvio) sobre lo que para ellos constituye la epopeya descollante de su raza y de su religión. 
Este reportero recuerda, por ejemplo, el enorme interés que estos días ha venido despertando una magna exposición itinerante sobre la Arquitecture Andalusie que se exhibe en las principales ciudades del Sahara, región en la que se fraguó, allá por el siglo VIII, la histórica invasión de la Península Ibérica. Ni las innumerables bellezas arquitectónicas que monumentales ciudades como Fez  o Marrakech ofrecen a la admiración del mundo, alcanzan a despertar en el musulmán de hoy el orgullo y la emoción que su Alhambra de Granada, o su mezquita cordobesa mantienen vivos en su memoria.  
Más de siete siglos de convivencia en Al Andalus, y una consanguinidad que nunca ha sido suficientemente estudiada, han dado como resultado un fuerte parentesco racial entre el pueblo español y el bereber-saharaui, por más que a muchos no les apetezca tratar de ello. De otro lado, son más las coincidencias doctrinales entre Cristianismo e Islam, que los irreconciliables conceptos teológicos que hacen a ambas religiones diferentes. El Concilio Vaticano II, del que tampoco hablamos como merecería, cumplió la histórica función de situar a los tres grandes credos monoteístas en un mismo plano, así como la de reconocer – cosa que no ha secundado el Islam – que los creyentes de buena voluntad de cualquiera de ellas podrá alcanzar la Salvación. Es bueno recordarlo en estas fechas en que los cristianos – 1100 millones de católicos, 900 millones de protestantes y 230 millones de cristianos ortodoxos – despedimos la Navidad; y los musulmanes – cerca de un millón de creyentes – acaban de conmemorar el Ramadán correspondiente al año 1426 de la Hégira.
También sería saludable reflexionar sobre el hecho de que no todos los países musulmanes son integristas, y que muchos de ellos – Marruecos, por ejemplo – está haciendo un gran esfuerzo para evitar que los motivos religiosos sigan esgrimiéndose como arma arrojadiza por esos líderes musulmanes – anacrónicos defensores de la yidah – que amenazan la paz mundial tanto o más que ciertos líderes occidentales que dicen defenderla. Conviene recordar, así mismo, que nuestro mundo cristiano fue un día – por no decir muchos años – fundamentalista. ¿Qué nombre dar, si no, a nuestras cruzadas y a esa fanática locura de la Inquisición?
Hoy son muchos, por fortuna, los musulmanes que entienden y profesan su religión de una forma nueva, basándose en una interpretación del Corán más acorde con los tiempos. Quiera Dios – O Aláh, que es el mismo – que el concepto de «hereje» que el citado Concilio ha venido a proscribir, desaparezca de todos los idiomas, como ya ha desaparecido de un libro singular – L´Islam expliqué aux enfants – escrito por Tahar Ben Jelloun, un musulmán de nuestro tiempo. Trátase de una obra objetiva en la que se explica – no enseña – el Islam y la civilización árabe a los hijos del autor y a todos los niños del mundo, y se les aconseja respetar como a la propia las otras grandes religiones. Se habla incluso en ese libro de ese histórico Concilio ecuménico que declaró solemnemente que también el Islam es depositario de «preciosos valores».
Los cristianos, aunque nos duela, debemos aceptar la evidencia de que los musulmanes nieguen la naturaleza divina de Jesús y no asuman nuestra creencia en María, Madre de Dios. También debemos comprender que no admitan el misterio de nuestro Dios único, que es a un tiempo trino, porque tampoco nosotros los cristianos lo entendemos muy bien, por mucho que, por obedecer el dogma, afirmemos creer en él. Consuélenos a los cristianos considerar que en el Corán no se omite la figura de Jesús, a quien ven como el profeta que precedió a su Mahoma, ni la de María – Lela Mairén – aunque solo reconozcan su maternidad biológica.
Más conflictiva resulta de cara a la buena convivencia entre cristianos y musulmanes, la misión que en el Corán se asigna a la mujer y, consecuentemente, el inhumano sometimiento al varón que ella sigue sufriendo en buena parte del mundo mahometano; situación que se va viendo gradualmente mejorada en los países que van experimentado un mayor progreso democrático. Viene a cuento recordar aquí que fue en esa sociedad andalusí que antes glosábamos, donde la mujer musulmana conoció su momento álgido de igualdad con respecto al varón. Y es que el verdadero progreso siempre se manifiesta a través de múltiples facetas. Basta leer El collar de la paloma, del andalusí Ben Hazm, para calibrar el respeto y la consideración con que a la sazón se trataba a la mujer. Y sería justo preguntar por qué la decadencia del Islam, tras la pérdida del emporio andalusí, conllevó la pérdida, por parte de la mujer, de la dignidad social que ya había alcanzado. 
La mundialización a la que tendemos, y el buen ejemplo que ya están dando algunos países de mayoría musulmana, contribuirá a reducir la magnitud de este problema – la marginación de la mujer – que ha pasado a constituir uno de los mayores obstáculos para la convivencia de distintas culturas en nuestro siglo XXI. No es éste, pues, el menor de los lastres que África deberá sacudirse.
Con todo, el quid de la cuestión africana seguirá residiendo en la mejor o peor fortuna, o en la mayor o menor libertad que los pueblos puedan tener a la hora de elegir a sus dirigentes políticos, pues son éstos, por lo general, quienes impiden el auténtico desarrollo de los pueblos del Tercer Mundo. Y, por último, lamentar que la ONU, útil algunas veces para el sostenimiento de la paz, resulte siempre ineficaz cuando se trata de construirla.

Remitida desde Peralvillo

© 2006 José Romagosa Gironella
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 07 de enero de 2007

Crónicas de África – V – Ante la insolidaridad mundial, África se ayuda a sí misma

21/03/2010

Reconforta comprobar que Ciudad Real, principalmente a través de su Diputación, es una de las regiones del Primer Mundo que más solidaridad efectiva muestra ante las necesidades de África. Llena de orgullo conocer que la generosa ayuda que esta tierra castellano-manchega presta al continente, supera con creces el monto de la ayuda que la mayor parte de países desarrollados le destina. Don Quijote, mito emblemático de nuestra región, se sentiría satisfecho de ella, como nos sucede a cuantos gozamos del privilegio de vivir en esta solidaria tierra. Importante dato el de la identificación castellano-manchega con los pueblos más necesitados de África, que nos place recordar en estas fechas señaladas en las que conmemoramos el nacimiento de aquel Jesús, Alfa y Omega de nuestra Fe, que nos convocó a participar en la hermosa misión de compartir.
Son numerosas, de otro lado, las organizaciones privadas de esta región que se vuelcan en aquellos lugares de África – y de otros continentes – que se hallan en situación de pobreza extrema. Y nunca está de más recordar que en muchos casos esta situación es consecuencia de la explotación llevada a cabo durante siglos por los poderosos de nuestra raza, así como de la monumental deuda externa generada por los usureros del mundo blanco capitalista.
Pero son muchos todavía, por desgracia, los que en nuestro Norte «desarrollado» siguen abrigando sentimientos de rechazo hacia esos emigrantes que llegan a nuestros países en pos de una mejora de vida para ellos y para los suyos. Tal vez habría que explicar a los españoles insolidarios, o a los xenófobos franceses de Le Pen, que gracias a esa emigración que procede de África  y que no sólo recala en España sino en muchos otros países «ricos», ese continente genera la mayor de todas las ayudas que recibe. Es un hecho comprobado que el monto de las remesas de emigrantes que el continente negro recibe, supera con diferencia el importe global de las ayudas internacionales. Se nos llena la boca hablando de nuestras ayudas, sin considerar que son nuestros países los más beneficiados por el fenómeno migratorio. África no sólo pierde con la emigración de una buena parte de sus jóvenes, sino que se ve privada de la práctica totalidad de esas primeras generaciones de titulados universitarios que tanto les ha costado formar y que ven en Estados Unidos, Australia, Canadá y en los países más ricos de la UE, su mejor futuro profesional. El producto más valioso de la nueva África emergente – sus titulados superiores – se ve ahora absorbido por los países que pueden pagar los altos sueldos que su buena formación merece. El expolio, aunque sea de otras formas, continua.
Como se dice de Goethe, que solía bajar a Italia para encontrar la luz, los ciudadanos del mundo rico deberíamos bajar a África para comprender todo lo que debemos a ese continente y lo mucho que, aunque ahora no lo creamos, tendremos que contar en él en el futuro.
Para abundar algo más en este tema de la emigración, quiero destacar el dato de que 74 mil titulados superiores abandonaron África en 2005, según un estudio del Banco Mundial. Parece ser que este éxodo cualificado representa el 31 % de la emigración total africana. No son, pues, únicamente albañiles, o jornaleros, los que emigran; y es de lamentar que esta fuga de cerebros, que por lo general no elige como destino a España, se produzca cuando África está por fin consiguiendo sus primeras promociones de africanos «con carrera». Y aún lo es más si consideramos que sólo con la última partida presupuestaria aprobada por el Congreso estadounidense para continuar su guerra en Irak, podría haberse cancelado la totalidad de esa deuda externa que impide a todo un continente salir de su estancamiento.
Y otro dato preocupante: con una población total de casi 900 millones de habitantes, África cuenta con menos médicos que Alemania (82 millones de habitantes), e incluso que Italia (58 millones). Según la OMS, 34 países africanos cuentan con menos de dos médicos por cada diez mil habitantes. Y en un país, Zimbabwe, sólo un tercio de los 1200 médicos formados en sus facultades en la década de los 90, ejercía en el país en el año 2000. En Ghana, por citar otro ejemplo, el 60 % de los médicos formados en el país en los años 80, ya estaba trabajando en el extranjero en 1992. Cifras que hablan por sí solas.
No es preciso que todos los españoles se apunten a una ONG; pero uno se siente reconfortado al enterarse de las actividades solidarias que en nuestro país se organizan y llevan a cabo. Este reportero recuerda la emoción con la que presenció el paso, en dirección a Senegal, de una larga caravana de camiones españoles, todos pintados de blanco como los de la ONU, en cuyos laterales podía leerse: «Universidad de Navarra-Formación Profesional»; o la satisfacción de leer en una calle de la capital mauritana, el texto de una enorme valla en la que «Cooperación Canaria» ofrecía los cursos gratuitos de su «Centro de Enseñanza a Distancia de Lengua Española». Y mayor fue la sorpresa al descubrir en una céntrica avenida de Nouadibou, las flamantes oficinas y clínica de nuestro Instituto Social de la Marina, y escuchar de boca de su Director Médico – Dr. Mohamed Alí – , el relato de la fascinante labor que el Instituto realiza en el área de Asistencia y Salvamento marítimo. El buque-hospital con que cuenta, que ostenta el hermoso nombre «Esperanza del Mar», puede presumir del más impresionante palmarés de rescates en el mar, prestación de comprometidas ayudas a barcos en peligro (¡de cualquier nacionalidad!), salvamento de cayucos y pateras, y asistencias médicas y quirúrgicas. Y también alegra a este reportero descubrir, de vez en cuando, las instalaciones de empresas privadas españolas que decidieron establecerse en África y crear puestos de trabajo en estas poblaciones de las que, precisamente por  falta de ellos, parte la emigración ilegal. Tal es el caso de un edificio de Nouadhibou que comparten por mitad, con sus rótulos bien visibles, las filiales españolas de «Roca» y «Porcelanosa».
¡Feliz Navidad a todos! Pero muy en especial a esas personas, entidades y organizaciones públicas o privadas que tanto ayudan en África, y en cualquier punto del mundo, a los más necesitados.

Remitida desde Agadir

© 2006 José Romagosa Gironella
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 24 de diciembre de 2006

Crónicas de África – IV- El Sahara «marroquí», manzana de la discordia.

21/03/2010

Ningún asunto irrita más al actual rey de Marruecos – según han declarado a este cronista varios ciudadanos marroquíes – que alguien cuestione o ponga en entredicho la «integridad territorial» de su país, es decir, que se atreva a insinuar que la anexión de facto del Sahara Occidental a Marruecos, no es legítima. Hasta el gobierno español ha tenido que modificar su postura en aras de mantener las buenas relaciones que se desean con el Reino Alauí. No obstante, la cuestión del Sahara sigue encabezando la lista de asuntos espinosos que los respectivos gobiernos se esfuerzan por capear. En un comentario publicado en la revista Aujourd´huí, sobre la reciente visita de Estado de S.M. el Rey de España, se ha señalado que la complaciente posición española respecto al Frente Polisario, y al referéndum que éste exige, ha cedido el paso a una nueva actitud de «compromiso activo y positivo encaminada a una solución política de este dossier». Incluso este nombre – dossier – referido a tan grave problema,  constituye un eufemismo.
Uno no está convencido de que nuestros representantes políticos, que sí se percatan de hallarse entre la espada alauita y la pared saharaui (y argelina), se den suficiente cuenta de lo que sienten y piensan los pueblos. Porque uno puede entrar en los cafés y hablar con gentes de todas las clases en Tánger o Marrakech, en Dakhla o en Tarfaya; pero ellos, los políticos, están ocupados con el dossier y no bajan a la calle. Por eso teme uno tanto que no lleguen a enterarse de la misa la mitad. Y cuando leemos que el gobierno de Rodríguez Zapatero está determinado a contribuir a una paz justa y definitiva en el Sahara Occidental, no podemos menos de preguntarnos por qué hemos tardado treinta años en determinarnos, si tal contribución podía prestarse.
Y es que, entretanto, esta cuestión del Sahara no sólo ha obstaculizado el proceso de integración de los países magrebíes, y la propia unión del Magreb árabe, sino que ha hecho crónico el sufrimiento de buena parte del pueblo saharaui. Los diplomáticos españoles y marroquíes se han puesto de acuerdo para no transformar el contencioso en litis causa, preservando así el clima de amistad y cooperación propiciado por las dos monarquías en presencia. Pero alguna solución urgente habrá que arbitrar para ese pueblo saharahui que es, desde hace tres décadas, el único que paga el pato. España y la UE tienen una delicada labor que realizar en esta orilla meridional del Mediterráneo, en la que Estados Unidos un día mima a Marruecos, y al siguiente a Argelia, política errática ésta – o acaso bien calculada – que aviva el antagonismo entre ambos países.
Desde África se percibe con claridad la absoluta determinación del Rey Mohammed VI y su gobierno de no renunciar jamás al Sahara Occidental. Cualquier otro asunto podrá ser negociado, pero no éste. No hay un marroquí que no comparta esta impresión y que no advierta al reportero extranjero que este es un tema tabú. También Mauritania debió de entenderlo así cuando depuso las armas y dejó el campo libre a la ocupación marroquí. Convendría, pues, empezar a estudiar soluciones partiendo de esta premisa, porque restarle importancia equivaldría a malgastar otras tres décadas sin lograr un resultado.
Se percibe, así mismo, palpando la opinión del pueblo, que Ceuta y Melilla no constituirán prioridad alguna para la monarquía marroquí, mientras (anótese el dato) España no haga de Gibraltar una prioridad. ¿Por qué tendría que hacerla – cabría preguntar – si en esa roca, contrariamente a lo que ocurre en nuestras ciudades norteafricanas, no hay un solo llanito que quiera ser español? Pero el Sahara, amigo lector, es harina de otro costal: el contencioso más serio, quizá, de todo este continente. Ni los separatistas enfrentamientos armados del Sur de Senegal, o los de Somalia, ni las guerras civiles actualmente en curso en otros quince países africanos, encierran en su seno mayor riesgo.
Para Benjamín Stora, profesor de Historia del Magreb en el Instituto de Lenguas y Civilizaciones orientales, de París, «el problema del Sahara debe ser tratado en el marco de la ONU y en el de las negociaciones entre las partes implicadas: Marruecos, Argelia y Frente Polisario». Pero, ¿cómo conciliar la posición de Naciones Unidas, favorable a la autodeterminación que Argelia y el Polisario exigen, con la cerrada postura marroquí que niega incluso la viabilidad del estatuto de autonomía que Francia propone?
Es lamentable, de otro lado, que este conflicto empañe los esfuerzos que Marruecos está realizando en el campo de su democratización progresiva y del desarrollo general del país. Según estudios de la multinacional Procter & Gamble, Marruecos lleva ya diez años de ventaja a Túnez, y veinte a Argelia. La poderosa Maroc Telecom ha pasado del sector público al privado; Dino de Laurentiis y Cinecittà han erigido una réplica de Hollywood en Ouarzazate; Marrakech celebra estos días por todo lo alto su I Festival Internacional de Cine, y no hay día en que no se inaugure un nuevo y lujoso hotel, o un moderno palacio de congresos, en algún lugar del país. Seiscientas firmas españolas, el 40 por ciento de ellas catalanas, ya se hallan implantadas en Marruecos, y este país colabora ahora estrechamente con el nuestro en la lucha contra el terrorismo y la emigración clandestina. Una reciente Ley de Prensa acelerará el proceso hacia la libertad de expresión, y el nuevo Código de Familia contribuirá a aproximar la sociedad marroquí a la europea. Al mismo tiempo, nuevos centros para discapacitados se han venido construyendo en diversas regiones del Reino, al igual que otros muchos dedicados ¡a la reinserción social de la mujer!; y la nueva política de «vecindad europea», impulsada por España, proporcionará a ese Reino, en bandeja, un nuevo estatuto avanzado con Europa, más allá del actual Acuerdo de Asociación.
Son, pues, numerosas las señales de que Marruecos va convirtiéndose, paso a paso, en un país moderno y democrático, y con una creciente voluntad de respeto de los Derechos Humanos. Sólo resta ahora, en opinión de este cronista, que Marruecos reduzca sin tardanza las enormes bolsas de pobreza de las que he tratado en anteriores reportajes, y…el asunto más crucial que este país tiene pendiente: el «dossier» mencionado más arriba; es decir, el gravísimo problema que se deriva de esta firme e inapelable declaración de Su Majestad Mohammed VI: «Marruecos está en su casa en el Sahara, y nadie nos sacará de ella». Podrá decirse más alto, pero no más claro.

Remitida desde Marrakech

© 2006 José Romagosa Gironella
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 17 de diciembre de 2006

Crónicas de África – III- Reflexiones de un blanco en tierras de Kunta Kinte.

02/03/2010

Todos recordamos una producción televisiva emitida hace años en España, titulada Raíces, que se basaba en la obra literaria del afroamericano Alex Haley; pero pocos deben de saber que el clan Kinte, de la tribu Mandinka-Malinké, una de las más extendidas en esta parte del África, aún existe, al igual que su idioma. No estábamos, pues, como algunos pudimos pensar, ante una mera obra de ficción. Una anciana llamada Binde Kinte, del poblado de Jefuré, en Gambia, pasa por ser, según las investigaciones genealógicas realizadas por Haley, el último eslabón de aquella maltratada estirpe de la que – hoy lo sabemos – también el escritor desciende.
Como si de un reproche a la raza blanca se tratara, la dramática historia de la esclavitud africana y del lucrativo tráfico que ella produjo entre los siglos XVI y XIX, sigue viva y recordada en numerosos lugares del África Occidental, donde proliferan los museos dedicados al tema y se conservan las antiguas instalaciones costeras desde las que 18 millones de africanos – se calcula – partieron encadenados hacia América. Lo único que podría aliviar la conciencia histórica de los miembros de la raza blanca que visitamos estos lugares,  es el hecho probado de que la esclavitud ya se hallaba muy extendida en todo este continente muchos antes de la llegada del hombre blanco.
Ya en el siglo VIII se vendían esclavos africanos a mercaderes árabes que practicaban el comercio transahariano y el costero en el océano Índico. En aquellas épocas, los esclavos eran llevados al norte de África, y también a Arabia, donde se revendían para convertirlos en criados, obreros o soldados. La trata se incrementó considerablemente con la creciente demanda de mano de obra por parte de los europeos que regentaban minas y plantaciones en América. Los africanos al servicio de los blancos, que se encargaban de organizar las razzías, incendiaban los poblados y capturaban a todo hombre o mujer capaz de trabajar, así como a los menores más fuertes.
En un museo que este cronista ha podido visitar – La Maison des Esclaves – en la isla de Goreé, se describen detalladamente las épocas más boyantes de aquel ignominioso tráfico, en las que fueron muchas las tribus de nativos que se dedicaron a capturar esclavos en los poblados de otras tribus, para luego descargarlos como vulgar mercancía en los barcos de los traficantes portugueses, ingleses o españoles. También la propia raza negra participó en el sórdido negocio. Y así pudo desarrollarse una forma de comercio que vino en llamarse «triangular», porque consistía en transportar los esclavos a América, importar a Europa las materias primas que esos esclavos producían allá, y, por último, llevar de Europa a África productos manufacturados susceptibles de ser cambiados de nuevo por esclavos. Tal fue el círculo vicioso que hizo posible mantener operativa por tanto tiempo la inhumana trata de negros. 

De otro lado, tardaron mucho los de nuestra raza en reconocer que también los negros tenían alma; que también se van al cielo – como cantaría siglos después un célebre negro cubano – todos los negritos buenos… Y hoy, cuando ya hemos descubierto las antiguas culturas africanas, y estudiado los imperios que señorearon estas regiones – los de Ghana, Malí y Songhai, entre otros – sabemos que no sólo tienen alma, sino que también poseen corazón y talento. Por eso la juventud africana actual, cansada de tanta lucha separatista y de las  interminables guerras entre etnias, así como de la corrupción generalizada de sus elites no representativas, exige ahora firmemente – como ha declarado el cineasta mauritano Abderrahmane Sissako – justicia, un mayor control de las cuentas públicas, y políticas eficaces dirigidas a la consolidación de las jóvenes democracias. No hay que olvidar que, frente al  envejecimiento de Europa, entre el 40 y el 50 por ciento (según los países) de la población humana del Sur del Sahara, no supera los 15 años de edad; lo que representa un inmenso contingente  humano que, en buena parte y por primera vez en la Historia de África está recibiendo educación media o superior; si bien sigue constituyendo el segmento social más castigado por las pandemias – en particular el Sida – que asolan esta parte del mundo.
Reconociendo la existencia de este enorme capital humano, que no eclipsa el drama de su aún altísima tasa de analfabetismo (del 55 al 70%), son muchos los africanos cultos que se revelan ante el hecho desalentador de que tantos jóvenes opten hoy por la emigración, sea ésta legal o ilegal. Deploran el mal ejemplo que las clases dirigentes están dando cuando envían a su hijos a estudiar o a enriquecerse en Europa, porque con ello refuerzan la destructiva idea de que en África no hay salida para los jóvenes.
En relación con este problema de la emigración, deseo citar un artículo de Anne-Cecile Robert, que apareció en noviembre en Le Monde Diplomatique, en el que aportaba su opinión sobre el origen de este fenómeno migratorio. El fragmento del artículo que me interesa resaltar, una vez traducido, reza así: «…La emigración viene a veces estimulada por familias y tribus que se endeudan para lograr hacer partir a un joven, en la esperanza de que éste podrá, a cambio, sostenerles».
En el artículo citado se aporta el dato, que tiene también su importancia, de que esa emigración que de un lado priva a los Estados de sus fuerzas vivas, proporciona, de otro, al continente negro, la friolera de 17.000 millones de euros al año por el concepto de remesas de emigrantes, cantidad que casi dobla la cifra del PIB senegalés. En esta cifra se incluye, además de las remesas correspondientes a emigrantes que partieron de puertos africanos del Océano Atlántico, las derivadas de la emigración realizada por la llamada «ruta libia» (con destino a Italia), y las que atañen a emigrantes que arribaron a Europa procedentes de la costa mediterránea del Magreb. 
Cambiando de tema les diré que una de las primeras cosas que el autor de estas crónicas suele hacer cuando llega por primera vez a un país, es dirigirse a una librería de textos escolares y comprar uno de Historia y otro de Geografía, de los que se utilizan en las escuelas locales. Su lectura siempre proporciona una amplia información que ningún mapa o guía al uso proporciona. En ciertos países, sobre todo en lo tocante a la Historia, algunas lecciones pueden resultar algo chocantes; pero en otros nos aportarán valiosos puntos de vista que posiblemente nunca habríamos considerado. Pero no en todos los países podemos recurrir a esos textos, porque suelen estar escritos en lenguas que no comprendemos, que es lo que ocurre en Marruecos, Sahara Occidental y Mauritania, donde prácticamente todos los libros escolares se editan en lengua árabe. Caso distinto es el de Senegal, ya que en este país, con excepción de las ediciones del Corán que casi siempre se imprimen en la lengua del Profeta, todos los libros escolares se publican en francés, que es el único idioma oficial del país. Las demás lenguas habladas por las distintas etnias de esta nación – wolof, fula, sèrér, diola, mandinga-malinké – tienen la categoría, junto con el inglés y el español, de segundas lenguas. Un buen ejemplo de pragmatismo, sin duda, para ciertos países europeos en los que algunas de sus regiones tienden a priorizar su lengua local. Con todo, amigo lector, no le conviene seguir mi citada costumbre si usted viaja a Filipinas, o a México, salvo que no le importe en absoluto que en los textos escolares de esas naciones se interpreten más que subjetivamente ciertos episodios históricos que conciernen a la nuestra. Pero, prosigamos.
En una grata conversación que mantengo con Amadou Aissa Sy, Responsable de Comunicación de la Universidad Gaston Berger, en Saint-Louis, descubro que sus cuatro mil estudiantes, todos residentes en el campus, alcanzan a fin de curso el  98 % de éxito académico, cota muy superior a la que suelen conseguir los sesenta mil estudiantes de la masificada Universidad de Dakar, la capital. Hablamos de la importancia de la calidad sobre la cantidad; de la colaboración que les presta la universidad española de La Laguna, para que los pupilos de Saint-Louis puedan cursar sus master en Canarias, una vez graduados aquí; y de la asistencia que reciben de la universidad canadiense de Laval, para su vasto programa UVA (Université Virtuelle Africaine) de universidad a distancia. Mientras otros países de su entorno vegetan (Mauritania es uno de ellos), Senegal, con todos sus problemas crónicos – y un índice de esperanza de vida de 55 años – avanza paso a paso. Y España (siento orgullo al constatarlo) no es ajena a este proceso. La creación de nuevos centros de enseñanza altamente informatizados y la buena educación que hoy se imparte entre los jóvenes, permiten esperar un futuro muy distinto para esta nación africana que alberga un 90 % de población musulmana, y es patria de Léopold Senghor, primer presidente elegido democráticamente – en 1960 – del nuevo Senegal independiente; creador del nuevo concepto de «negritud» que se ha extendido por buena parte del continente; y Premio Nobel de Literatura, por más señas. En este año 2006, cumplirá 100 años de edad.
Ahora me gustaría hablarles un poco de Saint-Louis, la antigua capital del país, hoy en elegante y francesa «decadence», en cuyo emblemático Hotel de la Poste , situado juanto al impresionante puente de hierro, ¡de Eiffel!, que sobrevuela el río, he pasado las más gratas y reconfortantes horas de mi ajetreado viaje.

Y, naturalmente, Dakar, la capital nueva, la súper poblada, la loca de la casa senegalesa.
En Saint-Louis, Mustafá – el joven que me vigila el Jeep día y noche – y Ahmed – el vendedor de artículos de ébano – me gritan «Pepe, Pepe!» cada vez que me ven. Los primeros días de mi estancia en la ciudad, se acercaban para ofrecerme insistentemente sus servicios, o cualquier información que pudiera precisar, a cambio de algún dinero. Pero luego, desde que les advertí (no se cómo se me ocurrió esta tontería) que yo no era un turista al uso, lo hacen sin interés alguno y siguen gritándome «¡Pepe, Pepe!». Al principio ignoraba que ese saludo responde a una fuerte tradición senegalesa que consiste en pronunciar repetidamente el apellido de la persona conocida, en muestra de respeto para con su familia o tribu. A mi me llaman así porque desconocen mi apellido. Según su cultura, todo individuo es inseparable de su estirpe familiar, la cual continua viviendo a través de él. No es, pues, a un individuo aislado a quien saludan, sino que honran en mi a todo mi árbol genealógico. ¡Poco podían pensar mis antepasados que en el Senegal iban a ser un día tan respetados!
Saint-Louis es así. Acaban de indicarme el modo de llegar al mercado, sin esperar nada a cambio, y encima me quieren invitar a un té con menta. Les gusta un montón que les cuente cómo es España. Mustafá, sobre todo, me escucha tan embelesado que me recuerda a mi nieto Javier, que ya es un hombre pero que de niño me ponía la misma cara cuando le contaba el cuento del gusano Timoteo, inventado sobre la marcha.
De modo que no voy a seguir hablándoles de esta vieja pero encantadora ciudad. Ya se habrán hecho ustedes una idea y seguro que completarán su conocimiento de ella cuando, como sinceramente les deseo, vengan un día a visitarla.
Y de Dakar, ciudad que tuve que recorrer con las manos pegadas en los bolsillos, por si acaso, me limitaré a transcribir lo que de ella dice la excelente guía de Lonely Planet, porque no se puede decir algo mejor. «Alguna gente piensa que Dakar no representa el África real, pero se equivoca. Esta ciudad es el rostro más grande, caótico, sucio, ambicioso, provocativo y sin afeites del continente negro». Y añade: «Su atmósfera cosmopolita, templado clima, inmensa variedad de bares y salas de fiesta, fascinante mezcla de lo africano y lo colonial francés, así como su arquitectura y la variada gastronomía de alta calidad que ofrece, bien merecen que se la conozca a fondo».
Sólo podría añadir que durante mi corta estancia en Dakar me abstuve de conversar con extraños. Comí muy bien, eso sí, pero no encontré en sus cafés ni en sus abigarradas calles a ningún Mustafá, ni a un Ahmed que me hiciera prometer que volveré un día a verles.
Echaré de menos a estas gentes cuando me aleje de su río silencioso. Un grupo de gazelles (muchachas), envueltas en sus vistosos bubús, pasan por mi lado sonriendo. Y el harmattan, que hoy sopla con más fuerza en su barrido hacia el mar, levanta sus ligeros velos y los vuelve transparentes. Alhamdoulilá!  Doy gracias a Dios por el regalo de la Vida.

© 2006 José Romagosa Gironella – (Remitido desde Senegal) Publicada en La Tribuna de Ciudad Real, el 16 de Diciembre de 2006

Crónicas de África – II – Deportes de ricos en países de pobres.

02/03/2010
I Rames Guyana - Río Senegal

A punto de presenciar la salida de la "I Rames Guyane" en el río Senegal

Es curioso comprobar lo mucho que África atrae a deportistas y aventureros del mal llamado Primer Mundo. Desde que desembarqué en Ceuta con mi viejo Jeep, hace casi tres semanas, para atravesar luego en solitario cuatro países de esta parte occidental de África, me he topado con expediciones deportivas de todo tipo.
Entre ellas puedo destacar la Premiere Transafricaine Classic, para 4 x 4 antiguos, con ochenta participantes franceses, «señoritos» a todas luces y equipados hasta las cejas con esos sofisticados extras – gepeeses y demás – que en esta parte del mundo son de nula utilidad. Siguen siendo los brazos y la pala, como he podido experimentar varias veces en el desierto, los mejores recursos tecnológicos para salir de apuros; al igual que, obviamente, llevar un vehículo debidamente preparado para superar con éxito las dificultades del terreno y las inclemencias del tiempo. En cuanto a esta última condición, nunca agradeceré bastante a mis amigos de Malagón – los mecánicos Santiago y Raúl Muñoz – el trabajo de cine que hicieron con mi animoso Jeep (al que sólo le falta hablar), sobre todo en lo tocante al efectivo sistema de refrigeración que le instalaron.
En otra ocasión me tropecé, tras dejar atrás Casablanca (donde curiosamente se celebraba, miren qué casualidad, el XXX Aniversario de la infausta Marcha Verde), con un grupo de aventureros, catalanes como yo, que regresaban de Dakar en dos potentes 4 x 4, y en cuya compañía tuve el raro privilegio – raro por encontrarnos lejos de España y en medio de ningún lugar – de descorchar una botella de cava recién sacada (otro lujo inesperado) de una bien provista nevera. El objetivo de estos viajeros, según supe, no era otro que brincar con sus vehículos por las dunas y atravesar a gran velocidad las llanuras saladas. Lo que les decía al principio: deportes de ricos en países de pobres.
El gusto por la velocidad que muchos europeos vienen a experimentar en estas vastas soledades, me recuerda un documental realizado para televisión por la firma española Santiveri, que se emitió en España con ocasión del último París-Dakar, en el que un niño mauritano, sentado de cuclillas al borde de una pista del desierto, contemplaba el paso de los potentes bólidos. «Toi, qui passes sí vite…» (tu, que pasas tan deprisa…), les gritaba. «Tú, que pasas tan deprisa…, ¿por qué no paras un instante para conocer cómo somos, cómo vivimos y cuál es nuestra cultura?» «Te has detenido alguna vez a gustar de nuestra hospitalidad y de todo lo que podemos ofrecerte, aún sin tenerlo?» «¡Párate alguna vez, amigo…!» – venía a ser su ruego final.     
Pero regresando al deporte les diré que en un camping mauritano sorprendí a los participantes de otro rallye holandés, mucho más interesante que los anteriores – el Amsterdam-Dakar Challenge -, de casi cien participantes con excelentes vehículos; los mismos que durante todo aquel día habían venido adelantando sin piedad a mi viejo Jeep, causando más de un sobresalto a su aún más viejo conductor.

Vehículo del Amsterdam - Dakar Challenge 2006

Vehículo del Amsterdam - Dakar Challenge 2006

Al establecer contacto en su vivac, donde se bebía y cantaba, me enteré de que el motivo de aquel rallye consistía en vivir, primero, una aventura; vender, después, todos los vehículos en el mercado senegalés – uno de los más importantes del mundo para vehículos de segunda mano -; y destinar, finalmente, el producto de la venta a distintas obras humanitarias en el propio país. Me informaron de que dicha «operación» la realizan con frecuencia, con el patrocinio de decenas de instituciones y empresas holandesas.

Patrocinadores del Amsterdam - Dakar Challenge 2006

Patrocinadores del Amsterdam - Dakar Challenge 2006

Razonable idea – pensé – que ofrece a los holandeses ricos la doble satisfacción de pasárselo bomba en parajes exóticos, comprar coches nuevos al regreso, y aliviar a un tiempo su conciencia. Y es que el ocio, amigo lector, tiene un sentido distinto si se torna solidario.
Al llegar a San Luis, cuna del jazz africano y ciudad ex francesa muy parecida en su aspecto a su lejana pariente Nueva Orleans – cuna ésta, a su vez, del dixy (o jazz americano) – me encuentro con la sorpresa de poder presenciar la salida, en una mañana radiante en la que el sol riela sobre el río, de la primera regata trasatlantica » a remo» – la Rames Guyanne 2006 – en la que participan 16 bregados deportistas llegados de Francia, Bélgica y Guayana Francesa, dispuestos a recorrer en cincuenta días, ¡y a remo!, las 2700 millas náuticas que separan San Luis de Senegal del puerto de Cayenne, en la Guayana, por la antigua ruta de los esclavos.

Embarcaciones participantes en la "I Rames Guyane"

Embarcaciones participantes en la "I Rames Guyane"

También ésta es una competición para ricos, pues cada embarcación, monoplaza insumergible de 8 metros de eslora, cuesta la friolera de cien mil euros, y su propietario ha tenido que traerla desde Europa a este puerto fluvial africano, además de contribuir a los gastos de trasladar desde Francia un vistoso barco de apoyo que acompañará a las canoas participantes durante las primeras singladuras de esta peligrosa travesía sin escalas. Hablo con los organizadores y con algunos de los participantes, llamándome la atención la única mujer inscrita – Sophie Macé, 46 años, de las Landas – y el también francés, Jo Le Guen, 59 años, de Brest, el más viejo de la regata y patrón de una embarcación en cuya amura figura impresa la leyenda que traduzco aquí del francés: «¿El hombre, o el mercado?- 2007, la hora de la elección». Es el nombre que ha dado a su canoa para promocionar las ideas contra el liberalismo financiero que viene defendiendo en Francia, de cara a las elecciones generales del año próximo. Otro deportista rico deseoso de descargar su conciencia.., o de aumentar su capital. Quí lo sá!  Lamentablemente, y según me dicen por problemas de dinero, no toma parte en esta prueba el regatista español Javier Samso, que en principio estaba inscrito. Y tampoco participa, debido al mismo problema,  ningún senegalés. Lo que les decía: África sigue siendo el  feudo de blancos adinerados.

Embarcaciones en línea de salida...

Embarcaciones en línea de salida...

Las limitaciones de índole económica hace que muchos africanos acaben complicándose la vida con actividades ilícitas. El diario L´Obs (acrónimo de L´Observateur), de Dakar, publica la noticia de que el senegalés Ablaye Mbaye, que era hasta hace poco el delentero centro del equipo nacional de futbol de este país, ha sido detenido. Parece ser que decidió colgar las botas y adquirir dos pirogues (nombre que también se da a los cayucos) con los que poder dedicarse a la pesca. Mas he aquí que acaba utilizándolos para el mucho más rentable negocio de la emigración  ilegal. Y empieza a organizar viajes, con la playa de Yaralch como punto de partida, hasta que uno de sus «clientes», al que debido a un error ha dejado en tierra, le denuncia. No se trata de una gran noticia, pero viene a reforzar lo que les señalaba en mi crónica anterior: que las autoridades senegalesas se han puesto por fin las pilas, y hasta la prensa local ha empezado a denunciar libremente estos casos de tráfico ilegal de personas. Algo está logrando España por la vía diplomática. ¿O será por la económica?  
Ya que lo deportivo conforma la mayor parte de esta crónica, me parece oportuno resaltar que en todos los países africanos visitados he podido descubrir nativos que lucen las camisetas del Barça. Debo de haber visto centenares. Uno llega a preguntarse qué habrá hecho el club catalán en esta parte del mundo para contar con tanta popularidad. Muchas de estas camisetas llevan impreso en la espalda el nombre de Ronaldinho. Hasta un pastorcillo marroquí cuyas cabras estaban subidas a lo alto de un argán (árbol tan omnipresente en Marruecos como  la encina y el olivo en España), lucía con orgullo la citada prenda. Una de las fotografías que ilustra esta crónica es, precisamente, de ese simpático rabadán.
La perfecta información que en estas latitudes se tiene de España, se debe a la proliferación de antenas parabólicas que permiten sintonizar con los canales de televisión españoles. Hasta en las villas-miseria marroquíes y saharauis casi no hay una chabola que no disponga de su propia parabólica, sujeta o atada de alguna forma a las chapas que hacen las veces de tejado. La televisión es el único lujo que estas gentes marginadas pueden ofrecerse. De aquí que el futbol español sea tan popular por estos pagos. Pero también la televisión provoca en estas gentes, con los programas típicos de nuestro primer mundo consumista, una mayor consciencia de la miseria en la que viven. Debe de ser tremendo estar viendo Dallas mientras la lluvia se filtra en la barraca y no hay comida, carbón ni agua. La posibilidad de comparar en todo momento la riqueza con la pobreza, es lo que más humilla hoy, probablemente, a los africanos sin recursos. Hoteles, restaurantes y salas de fiesta son aquí, y en todos los países del entorno, para el uso exclusivo de los blancs, blancs. Los naturales de estos países han de contentarse, en el mejor de los casos, con servir a las mesas de los blancos, o conducirlos en calesa de un lado para otro. La independencia que muchos de ellos alcanzaron en los años sesenta, no les ha hecho independientes del jodido blanco.
He de señalar, por último, el buen conocimiento que estos pueblos tienen de las ayudas que España les presta, y de las que reciben de numerosas ONG y misiones españolas presentes en la zona. Con respecto a los refugiados saharauis, tantos años recluidos en Tindouf, varios de ellos, sabedores de que un servidor vive en Ciudad Real, han querido expresarme el agradecimiento de su gente por las continuadas ayudas de nuestra Diputación Provincial, y por esos centenares de ciudadrealeños que todos los veranos acogen a niños saharauis en sus hogares, y los tratan como a hijos.
Pero uno tiene la impresión de que las cosas van a mejorar en el futuro; sobre todo cuando contempla las largas filas de estudiantes, pulcramente ataviados y con sus macutos a la espalda, que a las ocho de la mañana se dirigen, puntuales, a sus escuelas e institutos. Ellos son, con toda seguridad, la gran esperanza de África.
 

© 2006 José Romagosa Gironella – (Remitido desde Senegal) Publicada en La Tribuna de Ciudad Real, el 10 de Diciembre de 2006

Crónicas de África – I. Pateras y cayucos rumbo a España.

27/01/2010
Puerto pesquero de Labouirda - Punto de partida de pateras
Puerto Pesquero de Labouirda

Lo primero que se descubre al recorrer estos países del Noroeste de África – Marruecos, Sahara Occidental, Mauritania, Senegal – es que el emigrante que se lanza al mar en una floka (patera) marroquí o saharaui, o en un cayak (cayuco) senegalés o mauritano, para alcanzar las costas españolas, es ante todo un héroe.
El autor de esta crónica ha podido conversar con jóvenes y viejos de multitud de familias en las cuales, y por lo general sin el conocimiento de la madre – que siempre es la primera de todos los seres queridos -, alguno de los hijos ha realizado, con mejor o peor fortuna, su viaje a ese país llamado España que para los africanos es sinónimo de Eldorado.
Uno de estos jóvenes, senegalés por más señas, devuelto por las autoridades españolas tras ser interceptado frente a Fuerteventura el cayuco en el que viajaba, me comunica que su madre se desmayó al saber que él se hallaba en el ancho mar, rumbo a una tierra extraña e inmerso en esa arriesgada aventura que para miles de africanos representa la única opción para arrancar de la miseria a diez o quince miembros de la familia. Otro, éste de El Aaiún, me relata cómo, a quince millas de Lanzarote, el capitán de la patera tuvo que llamar por el móvil ¡a la policía española! para solicitar socorro, porque el motor de la frágil embarcación se había parado y se hallaban a la deriva y a merced de un fuerte temporal. En este caso – siguió contándome – el helicóptero de salvamento tardó diez interminables horas en localizar la floka, que ya se encontraba a punto de zozobrar, y en iniciar después la arriesgada maniobra de rescate. Gracias a muchos otros africanos con los que logro conversar en sórdidos cafés de los puertos de Kenitra, Agadir y Tarfaya, anoto diversidad de historias, cada una diferente pero todas dramáticas, en las que el desesperado afán de conseguir una vida mejor es, invariablemente, el denominador común.
Los peores momentos – reconocen todos – son el de la partida desde la costa africana, cargadas como van con veintitantas personas las pateras, y con alrededor de ochenta los cayucos; y el momento crucial del ansiado desembarco en alguna playa española. A menudo, los alisios y las corrientes les llevan hacia peligrosas costas escarpadas, o a perder el rumbo. Son éstos los casos en los que un mayor número de muertos y desaparecidos se produce. Durante el resto de la travesía – según me dice un joven de 18 años que a pesar de su edad ya ha hecho  dos veces este viaje – se limitan a acurrucarse, hacinados, en el fondo de la embarcación y a procurar no pensar en nada. Inchaláh!  (Aláh es grande y todo queda en sus manos) – añade con un gesto fatalista.
También me informan de que por lo general dependen de un único y decrépito motor que ha tenido que ser reparado infinidad de veces, aunque algunos cayucos van equipados con dos motores. Son más, por lo que he podido constatar, los emigrantes que acaban repatriados por las autoridades españolas, que los que consiguen desembarcar en España. Uno de estos afortunados me relata, con todo lujo de detalles, cómo logró llegar a Ciudad Real, y más tarde a Barcelona, donde estuvo trabajando seis meses sin papeles, para luego volver a su país con la firme intención de comprar una Zodiac de gran tamaño, equiparla con dos potentes motores y un navegador GPS, para así poder alcanzar la costa española en pocas horas y con menos probabilidades de ser interceptado. Todos están al corriente del hecho de que las entradas en nuestro país van a hacerse más difíciles a partir de ahora, debido a las medidas que España y la Unión Europea están adoptando al respecto; y ello ya ha reducido considerablemente el número de embarcaciones ilegales que en estas semanas parten para España. De otro lado, la gendarmería marroquí y la senegalesa han incrementado su control de las costas y puertos africanos.

Pesqueros en paro biológicoPesqueros en "paro biológico"

El paro biológico que rige en la actualidad en el banco canario-sahariano, con el impresionante espectáculo de todas las flotas amarradas en los puertos, y los problemas humanos que todo ello conlleva, se ve ahora agravado por las nuevas medidas europeas contra la inmigración ilegal, aunque ésta continúa. En lo tocante a Senegal, la reciente condonación de la deuda externa que este país mantenía con España, ha dado lugar a una colaboración más efectiva de sus autoridades en este delicado asunto. Pero hay que señalar que a estas costas también llega la peregrinación interminable de millares de subsaharianos – de Mali, Costa de Marfil, Burkina Fasso, etc. – cuya meta común no es otra que la de poder embarcar un día para España; penoso periplo que a menudo realizan mujeres solas. Y hay que recordar que sólo en una semana del pasado mes de octubre, llegaron a Fuerteventura cinco madres de raza negra que habían partido de sus países de origen cinco años atrás, en busca de la esperanza, y traían con ellas a sus hijos, fruto de los embarazos habidos por el camino. Como publicó ABC en un lacerante artículo titulado Bebés de ninguna parte, «muchas veces pasan largas temporadas en distintas regiones donde se procuran algún empleo para seguir ganando dinero y poder continuar el trayecto. Y en este tiempo, como sucede en la vida de cualquier persona, pueden conocer a un compañero y tener a sus niños».
Como anécdota pintoresca de mi viaje les diré, amigos lectores, que al saber el marinero de la Zodiac a quien antes me refería, que estaba hablando con un colaborador de La Tribuna, llegó a ofrecerme una plaza en el primer viaje a realizar rumbo a Canarias, al precio especial de dos mil euros (el normal es de tres mil), con lo que conseguiría  una interesante exclusiva periodística y… – transcribo aquí sus palabras – «…tu ganar mucho dinero». Pero el redactor de esta crónica, que ama profundamente su actividad de reportero, se percata sin esfuerzo de que ama mucho más la vida.
También me expresan su gratitud por la generosa ayuda que la Cruz Roja Española les presta cuando a su llegada a España son detenidos e internados en los centros de acogida (que ellos llaman «la cárcel»), así como por el buen trato que reciben de nuestros policías. Me cuentan que a los quince o veinte días de su apresamiento vienen sistemáticamente trasladados en avión a Ceuta, y enviados en autobús, desde esta ciudad española – tras ser fichados rutinariamente por la gendarmería marroquí – a sus respectivos lugares de orígen. No suelen ser objeto, me aseguran (?), de ninguna penalización o represalia por parte de las autoridades marroquíes. Menos mal – pienso – después de todo, porque estos emigrantes que luchan por integrarse en nuestra nación, son – de forma más que evidente en el caso de los marroquíes – el lamentable fruto de las injusticias que atenazan a sus países. Son los ricos de los países pobres los que mantienen al pueblo en la pobreza. No se compadece el hecho de que un trabajador marroquí (sólo una de cada diez personas en edad laboral percibe un salario) gane una media de tres euros diarios, con la inmensa fortuna que atesoran los miembros de la monarquía actual. Impresiona el dato de que sólo las cuatro personas más relevantes de la familia real marroquí sean propietarias de casi un millón de hectáreas de terrenos preferentes, y de un sinnúmero de palacios, rodeados de inmensos parques, en todas las ciudades del Reino y en numerosas localidades turísticas del litoral; por no hablar de otras muchas rentas y bienes. Ante tan inmensa fortuna, nuestra Duquesa de Alba resulta una mendicante. He de decir, en aras de la objetividad, que estos datos los he extraido de una revista de la «oposición» que se puede comprar sin problemas en cualquier quiosco marroquí. (Es bueno verificar que, a pesar de los pesares, y gracias, seguramente, a la presión de Estados Unidos, Marruecos va plegándose, tímida y gradualmente, a las exigencias de la democracia).
Pero volviendo a lo de arriba, las bolsas de extrema miseria que este redactor ha podido contemplar en Essauira y Agadir, y en las ciudades del Sahara Occidental hoy ocupado por Marruecos, sobrecogen el ánimo. Contrasta brutalmente el nuevo esplendor de los centros urbanos de Rabat y Casablanca, por citar dos de las ciudades mejor maquilladas del país, y la moderna red de carreteras y autovías que se extiende por sus regiones atlánticas, con las inhabitables villas-miseria amuralladas que circundan en la actualidad la mayor parte de las ciudades. Espectáculo que se repite en las incontables bidonvilles de ese territorio infinito – el Sahara Occidental –  que fue territorio español hasta la oportunista Marcha Verde de 1975.
El libro de Memorias de Hassan II nos invita a la reflexión cuando leemos en él la confesión de que dicha marcha obedeció a un farol. En las memorias se reconoce que el desaparecido monarca no las tuvo todas consigo cuando se marcó el órdago, ante la evidente superioridad militar de nuestro país en aquella época. Episodio histórico éste que, sorprendentemente, aún no ha sido explicado con claridad a los españoles; pero que en el mundo magrebí tuvo la virtud de revestir de popularidad y prestigio al anterior monarca alahuí, al tiempo que condenaba al más injusto no ser a todo el pueblo saharaui. Cuatrocientos mil saharauis continúan soñando en la argelina Tindouf con el retorno a su tierra amada. Rechazada definitivamente por Marruecos la vía del referendum que antes propugnaba (cuando creía poder ganarlo), los pobladores del Sahara ignoran hoy totalmente cuál va a ser su destino.

 Antonio, a la izquierda, es un malagueño residente en Dakhla desde los tiempos de la colonia (entonces, Villa Cisneros) Antonio -a la izquierda-  residente en Dakhla (Villa Cisneros)

 Un español que encontré en Dahkla (nuestra antigua Villa Cisneros), con 34 años de residencia en el Sahara, me habla con nostalgia de la época española. Su nostalgia es compartida por otros muchos saharauis, ataviados con el tradicional derraá, con los que se reúne a diario en el café que antaño frecuentaban nuestros soldados y legionarios . Veo el antiguo cine, hace años cerrado, y la iglesia de la misión católica, con cuyo sacerdote – uno de los tres que Propaganda Fides mantiene destinados en el Sahara Occidental – me paro a conversar. Contemplo la nueva plaza construída junto a la iglesia, en el lugar donde se alzó el fuerte más antiguo del África Occidental; el cual, a pesar de las intervenciones de la Unesco y del gobierno español, fue demolido hace unos años. No hubo nada que hacer. Y la misma suerte corrió, según me explican, el histórico faro español que un día salvara la vida al célebre escritor francés Antoine de Saint Exupery – autor de El Principito y legendario aviador de la no menos célebre compañía L´Aeropostale – cuando su aeroplano, sobrevolando el océano, se extravió una noche frente a la ciudad.

 

Huellas de la época española «Casa Luis» en Dakhla

 

He aquí el poema que una escritora canaria, defensora a ultranza de aquel fuerte, dedicó a la Villa Cisneros de su infancia y a su hermosa bahía formada por el delta del Río de Oro:

 «Cielo, arena y mar,
perfume de salitre, incienso y flores.
Todas las voces del mundo
construyen tu silencio,
y el desierto se alarga hasta la orilla
para que beduinos y sirenas
se enamoren»  

 Tampoco se dijo en España que nuestros legionarios tuvieron que embarcar para la Península bajo una lluvia de piedras arrojadas por algunos residentes marroquíes, mientras otros izaban apresuradamente la enseña de Marruecos en todos los lugares donde – desde 1885, año de la Conferencia de Berlín – había venido ondeando nuestra bandera española. Mi nuevo amigo me confiesa conmovido que aquel día lloró.

 Y me confía, así mismo, que nigún saharaui alcanzó a comprender – al igual que nos sucediera a los españoles de la Península – por qué España, su España, les abandonaba de tan insólita manera. Hoy, todos los acuartelamientos e instalaciones militares que un día fueron españoles, se encuentran ocupados por destacamentos marroquíes, y todo el Sahara Occidental – que así se denomina ahora nuestro antiguo protectorado – es un territorio marroquí de hecho, pero no de derecho, o lo que vendría a ser lo mismo: un territorio sin papeles.

De esta situación deriva el hecho de que algunas de sus regiones tengan restringido el paso a cualquier civil. El autor de estas líneas, bajando por carretera desde El Aaiún, vió frustrado su propósito de acercarse a visitar las ricas e históricas canteras de Foss Boukrá, fundadas por los españoles, al serle terminantemente prohibido el paso por un nada amable destacamento de la gendarmería real marroquí, que le salió al idem. Sólo le fue posible fotografiar más tarde, a prudencial distancia y exponiéndose a ver su cámara fotográfica confiscada, las humeantes chimeneas de ese importante complejo industrial tan celosamente vigilado hoy como hábilmente birlado ayer. Tras la precipitada descolonización española, el Sahara Occidental se ve ahora ocupado por el vecino de arriba. Algo parecido, en cierta forma, a nuestra historia particular de almorávides y almohades; si bien, en aquel caso, los ocupantes llegaron de abajo 

Unos días más tarde, cuando ya he dejado atrás los rigores de la sabana, del desierto mauritano y de buena parte del Sahel – ¡y los cerca de veinte controles policiales que forzosamente hay que sufrir para cruzar Mauritania! – pero también mis afortunados encuentros con las gentes más humildes de Nouadibou y Nouackchot, penetro en el Senegal, el país del río silencioso (que éste es el significado del topónimo), y destino final de mi viaje.

Puente de Eiffel sobre el río Senegal - Saint Louis de Senegal

 

A mis setenta y un años cumplidos, son las gentes, sobre todo, los «paisajes» que más me atraen de África, y no dejo de sorprenderme, entre tantas otras cosas, por la envidiable cultura oral de que hacen gala los nativos de mi edad (aunque aquí, por su envejecido aspecto, parece que me la doblan); cultura ésta, la de la oralidad, de clara influencia sufí, que a menudo aventaja a la que puedan proporcionar los libros. Pero también el repentino choque con el África negra impresiona. La luz y los colores cobran de pronto una dimensión cegadora, como a la salida de un túnel en pleno día.
Un anciano se interesa por saber si soy un «blanco, blanco» (como antes llamaban a los europeos para distinguirlos de los «blancos, negros», o europeos africanizados); y esto me hace recordar a unos chiquillos mauritanos de piel azabache que unos días atrás me preguntaban, dentro de su jaima del desierto y en un rudimentario francés casi inintelegible, si «les excrements» de los «blancs, blancs» también eran de este color; y a la hermana mayor que les reprendía, ahora en lengua bereber, por hacerme esta clase de preguntas.
Leo en un libro de un gran escritor de Malí – Amadou Hampaté Bâ – que he adquirido para ocupar las noches en las que en Senegal conviene estar recogido, que «un viejo que se muere es como una biblioteca que arde», hermoso pensamiento que expresa, de un lado, ese culto a la oralidad que acabo de referirles, y, de otro, el profundo respeto que los africanos sienten por sus mayores; sentimientos que un extranjero puede constatar en multitud de ocasiones. ¡Cuántos ancianos europeos envidiarían (que no es, afortunadamente, mi caso) el extraordinario cariño con que los hijos y los nietos de estas humildes tribus cuidan a sus homólogos africanos!  Y cuán cierto es, también, que hay miserias, en nuestro privilegiado «primer mundo», mil veces peores que la pobreza. Continuaré hablándoles de África, aunque sea con este estilo mío anárquico y desordenado, en el próximo episodio. Bshlama! (Queden ustedes con Dios).    © 2006 José Romagosa Gironella – (Remitido desde Senegal) Publicada en La Tribuna de Ciudad Real, el 9 de diciembre de 2006

Crónicas de África – Introducción

07/01/2010

Despidiéndome de mis amigos de Guelmin en la "Puerta del Desierto"

Las seis entregas que componen este reportaje son el resultado de un viaje realizado por cuatro países del Norte y Oeste de África  – Marruecos, Sahara Occidental, Mauritania y Senegal -, principales puntos de origen de los cayucos, pateras y lanchas Zodiac que, sobrecargados de emigrantes, vienen zarpando sin cesar con rumbo a España. El propósito de mi viaje, realizado entre noviembre y diciembre de 2006, no fue otro que el de conocer de primera mano las causas de esta arriesgada forma de emigración, así como el de constatar, con la emoción que ya había supuesto inevitable, las dramáticas situaciones familiares y los sentimientos humanos que este éxodo desencadena.

Las seis entregas vinieron publicadas en La Tribuna de Ciudad Real.
Sobre el viaje propiamente dicho, la Cadena Ser emitió una entrevista telefónica en su programa Ser Aventureros, porque ese viaje (de 9000 kilómetros) lo realicé con 71 tacos cumplidos y la Ser creyó oportuno transmitirla, como mensaje alentador, a sus radioyentes «mayores»; y la revista Clásicos Exclusivos, especializada en «esos locos cacharros», publicó a su vez un reportaje, redactado por mi hijo Sergio, en el que se vierten merecidos elogios sobre mi vetusto y aguerrido Jeep, protagonista de la aventura. De esas dos publicaciones – la primera radiada, y la segunda impresa – procuraré colgar copias en este blog.