Resulta más que curioso que los catalanistas más cerrados sean hoy los «excharnegos». Tomé el otro día un taxi en el aeropuerto de El Prat y le dije al conductor «buenos días». «Bon día y bon´ hora», fue su respuesta. Luego, en el trayecto hasta la ciudad, seguí hablándole en castellano, mientras él, erre que erre, continuaba en catalán. Como ya hace medio siglo que no resido en mi Barcelona natal, aunque he vuelto a ella infinidad de veces y conservo intacta la lengua de mi patria chica, me interesaba proseguir con aquella experiencia que podía probarme que ciertas cosas negativas que se dicen de los catalanes podrían tener su fundamento. Mas he aquí que en un momento de la conversación surgió el comentario de que el vuelo que me había traído procedía de Ciudad Real, y el hombre, para mi sorpresa, va y me suelta: «¡No foti, si un servidor es de Infantes!. Total, que un inmigrante manchego que, según me aclaró, llegó a Barcelona en los setenta, se empeñaba en imponer el catalán a quien se había dirigido a él en español; y el verdadero catalán, o sea yo, con sangre únicamente catalana desde Vifredo el Velloso, pugnaba por utilizar la lengua madre común de todos los españoles. ¿No les parece una inmensa paradoja?
Dado que mi fuerte acento catalán ha ido desapareciendo con el tiempo, el hombre pareció sorprenderse cuando le dije, ahora ya en lengua vernácula, que era oriundo de la Ciudad Condal. Pero fui yo quien le ganó en el juego al preguntarle si sabia pronunciar correctamente el trabalenguas «Setze jutges…». Tras contestarme que sí, me lo recitó. Mas, ¡ah!, allí se descubrió la patraña de un inmigrante nacido en un ilustre lugar manchego, del que debiera haber hecho gala en vez de fingir la condición del catalán que no era. Y es que esa letanía que sólo un catalán nativo pronuncia con propiedad, funciona como la prueba de los nueves a la hora de descubrir al mentecato que antepone el lugar en que reside al de su tierra natal. Juzguen, si no, ustedes mismos: «Setze jutges i un jutjat menjan fetge d´un penjat» (Dieciséis jueces y un juzgado comen el hígado de un ahorcado). Créanme si les digo que cada consonante de esta oración (bastante repugnante, dicho sea de paso), encierra una insoslayable trampa.
Siempre me ha parecido el catalán una lengua habitada por duendecillo straviesos. Ninguna otra puede sonar tan próxima a nuestro común latín predecesor: Vean este ejemplo: «Avis murris portan els nuvis a Gracia en omnibus gratis» (los pícaros abuelos llevan a los novios a Gracia en autobús gratuito). O esta precisión opcional: «Els avis quan pujan al omnibus suan» (los abuelos, cuando suben al autobús, sudan).Y tantas otras frases sonoras que no se muy bien a qué otras lenguas nos transportan: «Dígali que vingui, que no s´entretingui i que porti tot lo que tingui»… Me parece, así mismo, que «rodanchetes» suena más divertido que «rodajitas», y que ese mismo «¡no foti!» del taxista de marras, tiene más sonoridad que su equivalente castellano «¡no j…!». Otra curiosidad del catalán es que no se le dice al niño que sea bueno, sino: «fes bondat» (haz bondad), como si el niño pudiera fabricarla, o los padres esperaran que el crío cumplirá, uno tras otro, los diez mandamientos. Y convendrán conmigo que «Salut, i força al canut!», como saludo de despedida y expresión de buenos deseos utilizada entre hombres, tampoco está nada mal, … aunque brote de los labios de un catalán de Infantes.
© 2011 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 26 de septiembre de 2011