Si no fuera por la falta de luz solar y de otras cosas importantes que no vienen al caso, sería estupendo vivir en Finlandia, el Finisterre del Norte, y disfrutar del alto nivel de educación – y por ende de civismo y buena convivencia – de una sociedad que se ha ganado a pulso el máximo lugar mundial en calidad de la enseñanza. Desde la exigente formación de los educadores, impensable por nuestros pagos, porque hasta para enseñar en Primaria deben tener allí estudios superiores incluido un máster específico sobre el quehacer docente, todo ha ido dirigido, sobre todo durante las últimas décadas, a cambiar la faz del país. El nivel de consenso alcanzado por todos los partidos para convertir una nación de agricultores y aserraderos (el «oro verde» del inagotable pino finlandés) en una de las más avanzadas del mundo en tecnología punta, ha hecho posible el milagro que hoy nos maravilla. Cada partido tenía que ceder en algo para lograr la ambiciosa meta de diseñar un sistema educativo universal y altamente eficaz; y supieron hacerlo por el bien de la nación. Todos trataron de superar las diferencias derivadas de sus distintas ideologías, y ahí están los resultados. Nos conviene recordar que también Finlandia tuvo que sufrir el horror de una cruenta guerra civil entre «rojos» y «blancos»; pero en lugar de recrearse en los 24.000 muertos de aquella contienda y en su memoria histórica – o sea, en alimentar rencores – se han ocupado en superar por auténtica goleada a países tan destacados por sus buenos sistemas educativos como Suecia, Noruega, Dinamarca o Nueva Zelanda; dejando a nuestra incorregible España a más de treinta puestos de distancia. Decir que cada país tiene lo que se merece, no es un lugar común en nuestro caso; porque es la ignorancia, mal que nos pese, la madre de todas nuestras desgracias. ¿De qué sirve que un alto profesional de la educación salga ahora diciendo que no cree en lo que los informes Pisa vienen publicando, por más que coincidan casi exactamente con los de otros analistas internacionales? Lo cierto es que un país no cambia si no logra cambiar antes, radicalmente, a una generación completa de ciudadanos. Y esta es nuestra gran asignatura pendiente, entre otras muchas. Váyanse de una vez nuestros políticos a Finlandia (iba a decir otra cosa, pero ya estaríamos en lo de siempre), a aprender lo que ya está inventado y… ¡funciona!, porque España no puede seguir así: desunida, insolidaria, maleducada…; y, encima, recibiendo puñaladas por los cuatro costados. Este columnista opina que el boom turístico, que afortunadamente es nuestra primera industria – amén de un maná permanente – nos ha castrado para muchas otras cosas, máxime en épocas recientes cuando se maridó con el inmobiliario. Apliquemos, en aquello que sea aplicable, el modelo de Enseñanza finés, que acaso podamos subir después nuestro listón, nuestro PIB y nuestra propia estimación.
Publucado en «La Tribuna» el 28 de octubre de 2013