Jesús es, según declaramos en el Credo, de la misma naturaleza que el Padre por quien todo fue hecho. Y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María, la Virgen, y se hizo hombre. Acepto por tanto el dogma de que María quedó milagrosamente embarazada y tuvo que pasar por ese proceso que permite que el nuevo ser concebido alcance la maduración necesaria para acometer con éxito la aventura de nacer. De ahí que también crea que el Hijo de Dios que así se hizo hombre fue un día un embrión y, más tarde, feto. Debió de desarrollar sus huesos y cartílagos, así como su sistema digestivo, boca, ojos y nariz durante sus ocho primeras semanas de gestación, y sería pocas semanas después cuando empezaría a recordar a María su presencia con las sólitas pataditas. Todo ello, pues, como en el caso de cualquier otra mujer.
En estos tiempos en que el hombre parece olvidar su insignificancia cósmica y pretende suplantar a Dios, cuando no negarlo, uno se siente tentado a compararse con un ruin insecto, ignorante y vanidoso; e invitarse a considerar si una hormiga, por poner el ejemplo de otro ser «organizado» creado por Dios, sería capaz de comprender la Teoría de la Relatividad, la telefonía inalámbrica, o Internet. Nosotros, los hombres, hemos conseguido descubrir infinidad de técnicas, pero no hemos sabido aplicarlas para lograr la Paz y la Justicia, ni hemos querido comprender el incomparable valor de la palabra de Dios; y aún menos admitir que jamás podrá el hombre penetrar en sus misteriosos designios. Nuestros avances, ridículos e insignificantes aunque nos parezcan proezas, no nos han hecho mejores. Tal vez las hormigas, o las abejas, se sientan también ebrias de éxito por su capacidad de organización y espectaculares logros sociales, y nieguen así mismo a Dios.
La manida cuestión «¿cómo permite Dios, si es omnipotente, si en verdad existe, que tantas catástrofes sucedan?», jamás deberíamos planteárnosla, porque Él nos hizo libres de elegir nuestras conductas y nos señaló hasta la saciedad las virtudes que debíamos practicar para ser felices; la primera de ellas: que nos amáramos los unos a los otros. Y también nos relacionó las costumbres y pecados que debíamos evitar. Pero el hombre, en lugar de auto culparse por no haber seguido el mensaje salvador de Cristo, se ha vuelto con soberbia contra Él.
Y he aquí que el mundo se ve de nuevo dividido por una grave cuestión: la del derecho o no derecho de la mujer a abortar cuando no hay causa médica que lo justifique. La posición de este columnista ya ha sido expuesta reiteradamente en este mismo periódico. Es la lógica respuesta de un cristiano corriente ante un asunto ético que deriva del estricto mandato divino de defender la vida desde el instante en que ésta se produce; y del hecho de que también hay que considerar bendito el fruto de todo vientre de mujer . Si hoy puedo escribir estas líneas, y usted, estimado lector, leerlas, es porque nadie decidió un mal día que no debíamos nacer.
© 2009 José Romagosa Gironella
«Puntos sobre las íes»
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el 20 de Marzo de 2009,
y en la Revista «Amistad», de la Asociación de Antiguos Alumnos Marianistas, de Junio de 2009