“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 20 de febrero de 2012
No es cierto, contrariamente a lo que escribe mi vecino de arriba (su columna «Crueldades», del pasado lunes), que el Vaticano sea uno «de los pocos estados que reconoce la legitimidad de la pena de muerte, admitiéndola incluso en el vigente Catecismo». En primer lugar, la pena de muerte fue abolida en el Estado Vaticano en 1969, y eliminada de la constitución estatal en el 2000. En segundo, no hay constancia de que en el Vaticano se haya aplicado alguna vez esa pena, aunque mi compañero puede seguir refiriéndose a la Inquisición, las Cruzadas o a esos samizdat que menciona en su artículo y que nada tienen que ver con el tema ni con el siglo XXI. En tercero, el vigente Catecismo ratifica, si no refuerza, el mandamiento «no matarás», aunque la Iglesia legitima el derecho a quitar la vida a otra persona en estricta defensa de la propia vida (de los propios hijos, etc.). Y en cuarto lugar, el Vaticano – que no puede ni pretende inmiscuirse en el código penal de otros estados – ha venido sistemáticamente reclamando a muchos de los 89 países que aún practican la pena capital, que la sustituyan por otras penas no cruentas; y, además, han sido constantes sus peticiones de clemencia para con los condenados a muerte. ¿Cómo se puede afirmar, tan injustamente, que el Vaticano está en contra de la vida, si éste es el derecho que la Iglesia Católica con más vehemencia defiende en todas y cada una de sus fases?
Pero no termina aquí su columna. Todavía tiene espacio para arremeter contra la Iglesia apoyándose en los «jugosos» concordatos que la Santa Sede suscribió con el III Reich. Pero, ¡por Dios!, si el concordato al que alude – el firmado por Eugenio Pacelli en nombre de Pío XI, y por Franz von Papen en representación del III Reich – se firmó en 1933, tres años antes de la Guerra Civil española y seis antes de la II Guerra Mundial, cuando aún nadie podía imaginar la tragedia universal que el nuevo régimen alemán – elegido, por cierto, democráticamente – desencadenaría más tarde. ¿A qué viene ese adjetivo «jugosos»? El único jugo que pretendía obtener la Iglesia era el de preservar, bajo el nuevo régimen alemán, su libertad religiosa. ¿Cómo iba a arriesgarse a que pudiera repetirse en la nueva Alemania el irracional ataque a la Iglesia que en aquellos mismos años se estaba perpetrando en España? Léase, para más información sobre los verdaderos sentimientos de Pío XI, su encíclica «Dilectíssima Nobis», dedicada a España, de junio de 1933. Jugosas, en efecto, la proeza realizada por aquel cardenal que más tarde fue Pío XII – «El Papa que se opuso a Hitler», según el historiador alemán Michael Hasemann – salvando del exterminio a 35 mil hebreos; y la salvación de más de 800 mil personas, ¡conseguida por la Iglesia Católica! y documentada minuciosamente, país por país, por el diplomático e historiador israelí Pinchas Lapide.
© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 28 de junio de 2010
Le ruego la publicación de la presente carta, ya que tiene por objeto enmendar cariñosamente la plana a don Luis del Val, respecto a la columna que publicó en este diario el pasado 16 de abril, bajo el título «Islamistas Españoles». Empezaré rogando al ilustre periodista que no dude en corregirme y regañarme cuando, como a todos nos puede ocurrir, meta cualquier día el cuezo como él lo ha metido en su citado artículo. Y seguiré para puntualizar que su error estriba en la falsa noticia que da a los lectores de que no hay iglesias cristianas en los países musulmanes en los que manda el Islam. Tal afirmación, por ser de todo punto inexacta, reclama que alguien la corrija de inmediato. Un servidor, que ha viajado bastante por esos países, ha podido asistir a misa dominical en Rabat y Casablanca, y hasta a una inolvidable «misa del gallo» en Marrakech; y también ha tenido ocasión de conversar, por motivos periodísticos, con el párroco de la iglesia católica de Dahkla (Sahara hoy ocupado por Marruecos) y con el obispo de la catedral católica de Saint Louis, en Senegal. Y aunque no haya entrado en ellas, ha visto iglesias cristianas en prácticamente todos los países musulmanes visitados, tanto en África como en Medio Oriente y Asia. Me atrevería a asegurar que en la mayoría de países islámicos existen, debidamente autorizadas, iglesias de nuestra religión. Obviamente, no es este el caso del Afganistán de nuestros días, ni el de una docena de países que en una u otra medida dificultan, persiguen o directamente prohíben los actos de culto cristianos, o penalizan su labor proselitista. La delicadeza del asunto que don Luis del Val toca en su columna, exige que nos atengamos a hechos constatados. Lo contrario sería demagogia. Y callarse ante la involuntaria imprecisión de un tercero, en asunto como éste, también. Me falta ahora leer (primero tendré que comprarlo) ese libro – «Islam, visión crítica» – de Enrique Diego, que el señor de Val cita en su interesante columna, como si de algún modo lo aprobara.
© 2010 José Romagosa Gironella
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 25 de abril de 2010, sección «Cartas al Director».
La asociación cultural «Ciudad Real Quijote 2000», de la que este columnista forma parte, celebró el pasado Día del Libro su tradicional homenaje ante la ciudadrealeña estatua de Cervantes. También se efectuaron las consabidas lecturas y, como todos los años, se procedió a depositar una corona de laurel a los pies de dicha estatua; y un hermoso ramo de flores en el pedestal de la escultura ecuestre de Don Quijote, en la vecina Plaza del Pilar. El problema surgió cuando un servidor se percató de que las cinco palomas, a las que estaba previsto dar suelta al término del acto, se habían quedado olvidadas, dentro de una preciosa cesta de mimbre, en la cochera de su casa en Peralvillo. ¡Con lo que había costado conseguirlas este año de crisis, sin tener que pagar los sesenta euros que en años anteriores se tuvieron que abonar a un sacristán colombófilo de la capital! ¡Con lo mucho que se había esforzado el peralvillero Santiago Trujillo para escogerlas por la noche en su palomar, entre las más blancas, y donarlas generosamente para el cervantino acto de marras!
Hubo que informar a los medios de comunicación allí presentes de lo ocurrido, para su puntual conocimiento de que la suelta de palomas tendría que realizarse este año «en espíritu», como así, efectivamente, se hizo. Ello ha permitido que un diario reseñara que las palomas «ni mucho menos llegaron con puntualidad suiza…»; otro, que «cinco palomas, una por provincia de la región, fueron soltadas en la Plaza de Cervantes»; y que un tercero silenciara totalmente la «suelta». Bien mirado, todos ellos trataron correctamente la información o, cuando menos, veraz o caritativamente, porque lo espiritual – incluso en los tiempos que corren y por mucho que algunos se empeñen en negarlo – es tan tangible como lo material.
Y un servidor se lo agradece, aunque su reconocimiento no implica que se crea absuelto del monumental descuido cometido. Por ello, el culpable del desaguisado se complace en informar de que aquella suelta de palomas, que alguien pudo considerar frustrada, se produjo «de nuevo» por la noche de aquel mismo Día del Libro en un palomar improvisado a orillas del Bañuelos, al objeto de que esas aves procreen y puedan asegurar el suministro (gratuito, naturalmente, porque esta crisis no es de un día) de los cinco ejemplares anuales que nos seguirán faltando para homenajes sucesivos.
Un servidor entona su más sincero mea culpa por su olvido de unas palomas, y hace votos para que no toque a otros entonarlo por la posible desaparición de una Asociación Cultural de la que esta «Tierra de Don Quijote» y sus instituciones parecen haberse olvidado.