Archive for the ‘USO DEL ESPAÑOL’ category

Rien de rien

15/02/2011

Hace unos años, cuando la hoy extinta asociación cultural Ciudad Real Quijote 2000 se esforzaba en conmemorar lo mejor posible la efemeride del IV Centenario de la Primera Edición del Quijote, encargó un ciclo de siete conferencias a uno de los castellano-manchegos más cultos que el autor de estas líneas ha conocido en esta región: el Profesor don Ángel-Enrique Díaz-Pintado Hilario; filólogo, ¡agárrense!, por partida triple (licenciado en filología hispánica, inglesa y eslava), y catedrático de «eslávicas» en la Universidad de Granada. Las conferencias, en su conjunto, constituyeron uno de los trabajos de investigación más amenos y completos que se han realizado sobre la influencia ejercida por Cervantes, y en particular por el Quijote, en la obra de los grandes maestros de la literatura universal.   

El ciclo fue anunciado en los medios de comunicación, en el boletín mensual del ayuntamiento capitalino y mediante un librito del que se editaron, y distribuyeron de forma selectiva, un millar de ejemplares. El impagable trabajo de Díaz-Pintado, y la profusión de mensajes publicitarios emitidos, sólo obtuvieron el resultado de que la media de asistentes por conferencia fuera de siete personas, ¡siete!  Dato éste harto elocuente sobre el verdadero interés de los ciudadrealeños por esa figura – Don Quijote – que de manera forzada se ha querido implantar como totem emblemático de la región manchega; y sobre el bajo nivel cultural que décadas de políticas educativas erradas han logrado afianzar en esta bendita tierra «de Don Quijote», tierra, por mucho que nos duela, en la que poquísimas personas han leído esa célebre novela que hizo la Mancha universal.

Soy plenamente consciente de que la presente crónica dista de ser políticamente correcta, y puede resultar antipática a quienes usan el Quijote como si de un bien comercial se tratara, despreciando la ocasión de libar el precioso néctar que encierra. 

Un documental producido por la BBC así mismo hace algún tiempo, ponía lamentablemente de relieve la ignorancia de los castellano-manchegos sobre esa obra universal que trata a la Mancha como «tercer» protagonista de la fábula. Se entrevista en el documental a multitud de nativos de esta región – clientes de bares y mesones, universitarios que salen de clase, oficinistas que se dirigen a sus lugares de trabajo, y hasta al maestro de una escuela local – y se les pregunta sobre su conocimiento de la gran novela. El balance es aplastante: prácticamente ninguno de los entrevistados la ha leído. Casi todos confiesan tener un Quijote en alguna estantería de su casa, pero de leerlo… rien de rien.
Una auténtiva vergüenza para los compatriotas de Cervantes que la BBC habrá divulgado, a buen seguro, en la nación de Shakespeare y, muy probablemente, en unos cuantos países de habla inglesa.      

No es extraño que nuestros políticos no sepan hablar correctamente; que en muchos de nuestros medios de comunicación se machaque el idioma, y que en Internet y en tantos canales de televisión se esté acabando con una lengua riquísima que ya sólo en Hispanoamérica se usa con propiedad. Cualquier albañil colombiano habla un español más correcto que la mayoría de los parlantes de su madre patria. 
 
 © 2011 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 14 de febrero 2011

«Limpia, fija y da esplendor»

29/01/2011

¿Quién tendría la ocurrencia de acuñar un lema tan de droguería para la Real Academia Española? Uno se imagina a los cuarenta y tantos académicos, sentados en sus célebres poltronas con nombres de letras, y afanándose en sacar brillo a palabras tan en desuso como «hipocorístico», «peripatético», «subrepticio» o «hagiografía». Es como si los estuviera viendo, manos a la obra, frotando hora tras hora esas palabras que, por limpias y resplandecientes que les queden, a la postre nadie usará. Ahí vemos a esos sabios, en uniforme de faena de sirvientes de casa bien, aplicados a limpiar una plata que se ha tornado inservible, por no decir ostentosa. Velan, cuitadiños, por el esplendor y la dignidad de nuestra Lengua, ese antiguo y rico tesoro que pocos van a apreciar. Ignoran, pobres ilusos, que este siglo viene marcado por el lenguaje de la incultura; es decir, por un simple y barato argot, fácil de armar en casa, como los «kits» de Ikea. Al igual que hemos hecho con todos los demás valores, nuestra culta lengua nacional se está viendo embrutecida, igualada por abajo y arrinconada, mientras progresa, imparable, el léxico más pobre y soez. Y nada hace, entretanto, que no sea bruñir la plata, nuestra Real Academia Española. Parece ignorar los peligros que se ciernen en el seno de las nuevas tecnologías: Internet, televisión interactiva, teléfonos celulares cada día más versátiles y demás artilugios electrónicos. «Cónyugue», ha dicho una ministro, en lugar de «cónyuge»; y también «contradecido», en vez de «contradicho». Y otra inmadura acuña, sin sonrojarse, el barbarismo «miembra». El presidente del Gobierno, a su vez, nos confía que «me da la impresión que el resultado de las Primarias…», ignorando que la construcción correcta habría sido: «me da la impresión de que…». Un alcalde nos informa de que también el polideportivo ha «sufrido» mejoras…, como si en lugar de registrar mejorías, hubiera sido arrasado por un huracán. Un concejal nos asegura que el agua ha sido «el» protagonista…, en lugar de «la» protagonista… Dolores de Cospedal confiesa: «estoy convencida que …», en vez de «estoy convencida de que…». Otra concejala se refiere a los que «escuchan misa», olvidando que la misa «se oye»; y a continuación nos informa sobre la vendimia «de la uva», como si también se pudieran vendimiar aceitunas, o melones. Un «experto», hablando de la costa de Somalia, nos dice que esa región esta «infectada» de piratas, pasando olímpicamente del verbo «infestar», que, como su pariente «plagar», habría sido el adecuado. Y otro informa a los espectadores de que la catástrofe se debió a la incorrecta «funcionación» del pozo… «Ara mismo…», espeta el señor Rubalcaba, justo antes de que otro orador nos inste a que nos «concienticemos» no recuerdo sobre qué. El sindicalista Méndez nos notifica que su confederación «ha mandatado…» algo a sus afiliados; y un comisario elogia cierto trabajo «investigativo» que la Policía Científica ha desarrollado, sin caer en la cuenta de que «investigativo» (como «mandatado», «funcionación», o ese verbo «concientizar») no está en el Diccionario. La palabra que sí está, en cambio, aunque suena demasiado normal, es «investigador». Y la Academia, entretanto, bruñe que bruñe…

© 2011 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  10  de enero de 2011

La agenda de trabajo de nuestra Familia Real

08/01/2011

Hay cosas de la vida pública que – haciendo honor a este adjetivo – habría que publicar. Damos siempre por sentado que tales cosas son conocidas, y por tanto valoradas; pero no es así. Y no lo es, lisa y llanamente, porque sigue habiendo gente entre nosotros, arraigada en la España profunda, que juzga siempre con malicia y sin previa reflexión. Esto es lo que a algunos les pasa con la Familia Real española, por desconocer en detalle la agobiante actividad humana y profesional que desarrolla al constante servicio de España.
Como ocurre con otras instituciones, sería preciso informar al ciudadano de la importante labor que la Familia Real lleva a cabo. Ello se hace imprescindible en un país como España, en el que la ignorancia agresiva y la incomprensión (cuando no el instinto básico) son posturas emblemáticas.
Algo habría que hacer para que los españoles conociéramos las agendas de trabajo de nuestros Reyes, y de los Príncipes de Asturias. Es demasiado fácil quedarse con lo  primero que salta a la mente de las personas mezquinas, verbigracia: que los miembros de nuestra primera familia viven en palacios, visten de alta costura, disponen de abundante servidumbre y no carecen de nada. Habría que explicarles que no tienen por qué vivir con menor confort que cualquier presidente autonómico y su familia, que los miembros del Gobierno, del Congreso o del Senado; o los del Consejo de Estado de Fernández de la Vega. Habría que informar, así mismo, de que las complejas tareas que conlleva el oficio real, y el principesco, precisan, para poder desarrollarse dignamente, no sólo de una extensa y excepcional formación, sino también de un mínimo aparato y suficientes estructuras. No en vano son los Representantes de España, y su dignidad es la nuestra.
El Rey, y por extensión el Príncipe, tienen tan asumida la importancia de sus apretadas agendas que raramente les hemos visto cancelar compromisos previamente concertados. Allá van, madrugadores, a la China o al Brasil (aunque ello les impida tomar las uvas en familia, como le ha sucedido al Príncipe esta Nochevieja), a cumplir religiosamente con los compromisos de su agenda: cumbres internacionales, visitas de Estado, viajes de promoción de los negocios de España… A esto, y a visitar una y otra vez todos los pueblos del país, dedican su tiempo, siempre escaso: ora para presidir la apertura de una feria o congreso, ora para acompañar en su duelo a las víctimas del terrorismo, o de catástrofes naturales; ora para inaugurar una nueva obra pública. Y todo esto, siempre con la mejor sonrisa y sin poder faltar a ningún acto ni siquiera por un dolor de vientre, o por un riesgo detectado por los servicios de seguridad.
Los esperpentos que atacan a la Familia Real, sobre todo en Internet, se delatan por sí mismos: quien ni siquiera logra respetar la estructura de su propia lengua, no es apto para respetar ninguna otra estructura. Así de claro.

© 2011 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  3  de enero de 2011

«Guerracivilismo»

20/04/2010

El historiador Giuliano Bonfante, estudioso de los pueblos ibéricos, constataba, en 1965, que si bien españoles y portugueses compartimos ciertas características, tales como la ausencia de prejuicios raciales y la facilidad de adaptarnos a diversos climas, existen importantes diferencias entre nosotros. Mientras los portugueses – observaba – se han labrado justa fama de flexibles y dialogantes, los españoles son en extremo orgullosos y están siempre dispuestos a reaccionar violentamente ante cualquier agravio. 
Podríamos apostillar que nuestra cruenta guerra civil en la segunda parte de los años 30, y la pacífica «revolución de los claveles», de abril del 74, ofrecen el mejor ejemplo de aquellas diferencias. Tal vez con menos orgullo y con algo más de mano izquierda, habríamos podido evitar aquella guerra fraticida y los estrepitosos desastres que España tuvo que sufrir, unas décadas atrás, en Cuba, Filipinas y Norte de África. 
Ya en pleno siglo XXI, y viviendo bajo una Constitución democrática que ha cumplido treinta y un años, un servidor se declara incapaz de entender que alguien siga identificándose con uno u otro de los bandos que en aquella guerra demencial se enfrentaron a degüello, y sigue adhiriéndose al criterio que en 2005 defendiera don Gabriel Cardona, profesor de Historia en la Universidad de Barcelona, en el sentido de que (sic) «no sólo existían dos Españas en aquellos años, porque había una tercera y mayoritaria España que nunca se habría lanzado al cuello de sus enemigos; que sólo quería vivir, pero que fue arrasada por la guerra, la revolución y las diversas represiones».
El propio léxico de nuestro idioma es sintomático. La mayor parte de vocablos y términos que tienen que ver con la crueldad, la guerra, o las acciones desestabilizadoras, son de origen español: garrote vil, quinta columna, golpe, pronunciamiento, guerrilla, pucherazo, generalísimo, junta militar, semana trágica, etcétera. ¡Qué triste palmarés! No obstante, seguimos inventando términos enemigos de la buena convivencia, que, más tarde, como ocurre con los ya citados, pasarán a utilizarse como españolismos en todas las demás lenguas.
El último término acuñado – «guerracivilismo» – ya se ha convertido en nueva arma arrojadiza de usos múltiples. ¿Cuándo abandonarán la escena los políticos inservibles, esos que reavivan la involutiva idea de las dos Españas de Larra, y veremos aparecer en ella eficaces gestores sin soberbia, capaces de devolvernos la esperanza?

© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  19 de abril de 2010

El idioma y las meninges

17/04/2010

El idioma y la mente tienen en común que los humanos sólo utilizamos una mínima parte de su inmenso potencial. Respecto al cerebro, aseguran los expertos que apenas aprovechamos el tres por ciento de su capacidad; y en cuanto al idioma, es evidente que el uso extremamente restringido que hacemos de él, o el directamente incorrecto, limita nuestras funciones cognitivas y discursivas. La consecuencia de ello no es otra que un razonamiento deficiente, falto de rigor semántico, y su inevitable secuela: una dificultad añadida a la hora de comunicarnos y entendernos. De aquí que las sociedades más cultas, aquellas que mejor uso han conseguido hacer del pensamiento y del lenguaje, sean las que han alcanzado un mayor grado de convivencia, organización y, en general, de desarrollo humano.
Como país poco distinguido por el hábito de la introspección – situación tal vez debida al clima y a nuestro extrovertido estilo de vida – España es una de las naciones que más maltrata su idioma. Comparándolo con Francia, o Inglaterra, defensoras a ultranza de sus respectivas lenguas, nuestro país sobresale por la nula protección que la lengua española recibe de sus instancias oficiales. Multitud de bustos parlantes lo ponen de manifiesto a diario, a través, sobre todo, de los medios de comunicación.
Es posible oír, de boca de un presentador de televisión (Protagonistas), una expresión como ésta: «….(fulanito) no se atiende a las consecuencias…», donde el verbo «atender» suplanta al reflexivo «atenerse». O a una terapeuta televisiva advirtiéndonos que una mala postura ante el ordenador puede acarrearnos malformaciones «congénitas». (Nunca habríamos supuesto que los efectos de una mala posición pudieran ser tan retroactivos). Nada nos sorprende ya que toda una ministra de Cultura nos diga que ha sido cocinera antes que «fraila», que el español está lleno de «anglicanismos», o que «el Rocío es la explosión de la primavera en el Mediterráneo». Tampoco nos altera escuchar a un maestro de Segunda Enseñanza que, hablando de los problemas de la educación, incurre en inaceptables dequeismos, o repite cuatro veces el adjetivo «importante» en su intervención de diez segundos.
El prolífico novelista Arturo Pérez Reverte ha señalado que «los españoles no tienen la culpa de ser incultos, o no la han tenido hasta ahora». Se refiere a que antaño sólo podían estudiar los hijos de familias acomodadas, mientras que hoy, con la enseñanza gratuita, la cultura está al alcance de todos. El problema es que ahora son pocos los que verdaderamente quieren estudiar. La cultura del esfuerzo feneció cuando empezamos a creernos ricos, y la búsqueda de la excelencia se está viendo sustituida por el culto a la mediocridad. Llegar a ser funcionario es, lamentablemente, el sueño dorado de la inmensa mayoría de nuestros universitarios. Y pocos nos atrevemos a reconocer que Jauja ha pasado a la Historia y que un 30 por ciento de fracaso escolar es un problema tan grave como el 20 por ciento de paro, porque vamos a precisar gente muy bien formada para deshacer tanto entuerto. 

© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  12 de abril de 2010

Peculiaridades manchegas

23/03/2010

Siempre me llama la atención esta expresión eminentemente manchega: «a orilla de…», que se usa para dar a entender «junto a…» Me hace pensar en un río, o en el mar, aunque quien la pronuncia se refiera a un lugar junto al mercado, o pegado a la farmacia («pegadito», dicen en Madrid). «A orilla de…», e incluso su versión más corta «orilla de…», es decir, «muy cerca de…», viene a significar lo contrario de esa otra locución, no menos manchega, «muy largo de…». Así nos resultan muy habituales las frases de este tenor: «La Poblachuela queda orilla de Ciudad Real, pero muy largo de Valdepeñas». Para el forastero, este «muy largo» le crea en un principio cierta confusión, hasta que lo asocia con «muy lejos», o «muy distante».
Son muchas las peculiaridades de la forma manchega de hablar español. Hace unas semanas, en un programa televisivo que se emitía desde Barcelona, uno de los invitados dijo: «siempre he oído de decir a mi padre…», y yo inmediatamente pensé que esa persona debía de ser manchega. Al poco rato, oí que decía: «cuando le vi de venir, aluciné…». En este preciso momento ya no tuve la menor duda: forzosamente tenía que ser de la Mancha. Efectivamente, tal como yo esperaba, el presentador del programa confirmó su procedencia unos minutos después. Esos «oír de decir…», «ver de venir…» y tantas otras variantes en las que se adhiere ese simpático y gratuito «de», son tan manchegos como las mismísimas berenjenas de Almagro; aunque son pocos los manchegos que lo admiten. Creen hablar como en el resto de España, cuando acaban de decir «le he dejado de salir a la discoteca…», o «espero de poder venir a las migas del sábado…». Por último, a nadie deben molestar observaciones como las vertidas en esta columna, ya que todas las regiones españolas, sin excepción, han desarrollado su léxico peculiar. ¡Viva la diversidad!

© 2004 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  19 de enero de 2004

Previendo», sí; «preveyendo», no

23/03/2010

Existe, al parecer, un verbo fantasma, no reconocido que yo sepa, que algunos incluso conjugan con toda naturalidad, es decir, sin inmutarse. Me refiero a ese ilegítimo verbo «preveer», con doble «e», que nos asalta cual petardo inoportuno en cualquier charla o conversación. «Me he comprado un paraguas preveyendo que va a llover…». «Alejandro cree tener el don de preveer el futuro…», son apenas un par de ejemplos de este sorprendente uso de un verbo que no existe y que suplanta, sin que nadie se rasgue las vestiduras, a otro verbo que sí existe: «prever».
Utlizando este último, como manda la ortodoxia, las citadas frases habrían debido de ser: «Me he comprado un paraguas previendo que va a llover», y «Alejandro cree tener el don de prever el futuro…». «Prever», como todo el mundo sabe (¿?), significa «ver con anticipación», «conjeturar por algunas señales e indicios lo que ha de suceder»; y, también, «disponer o preparar medios contra futuras contingencias». ¿De dónde, pues, habremos sacado los españoles ese «preveer» sin papeles?, cabe que nos preguntemos.
Y cabe así mismo estar alerta sobre otros verbos – «prevenir», «anticipar», «intuir» – muy próximos a «prever», pero no del mismo significado.
En las escuelas, supongo, se enseña lo correcto, pero no siempre se informa al alumno sobre lo incorrecto que hay que evitar. Preguntemos al azar a algunos universitarios y comprobaremos que gran parte de ellos duda entre ambos verbos – el legítimo «prever» y el ilegítimo «preveer»- y, lo que es más preocupante, que nadie les ha advertido de la trampa que el segundo de ellos encierra.
Si los maestros conocen el hecho de que en la calle se usa ese verbo fantasma, no estaría de más que se lo hicieran ver a los alumnos. Como ocurre con las setas, conociendo las venenosas distinguiremos las comestibles con mayor facilidad.

© 2004 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  26 de enero de 2004

 

«Camarada», «colega», «compañero»

21/03/2010

Hay palabras en nuestra lengua que nos parecen sinónimos, pero no lo son. Si entramos a comparar su etimología observamos que presentan diferencias sustanciales entre sí. La voz «camarada», por ejemplo, que juraríamos es sinónimo de «colega», y también de «compañero», puede aportarnos la primera sorpresa. «Camarada», para empezar, proviene del vocablo latino «camera», es decir, de un espacio cerrado a modo de sala, o aposento, de cuya puerta cuelga (o así me lo parece) un letrero que reza: «reservado el derecho de admisión». Dando un pequeño rodeo, descubriremos «antecámara», lugar en el que supuestamente hay que esperar antes de ser recibido en la cámara; así como «camarero», sirviente encargado de prestar servicio en ella. Con tales antecedentes, empezamos a sospechar que un «camarada» es un tipo cualificado, digno de formar parte de una elite de poder regida jerárquicamente, que se reúne a puerta cerrada. Si a continuación comprobamos que «camarada» deriva, así mismo, del griego «kamara» («bóveda», «cúpula»), casi podremos afirmar que no íbamos tan descaminados.
Curioseando ahora en el pedigrí de «colega», averiguaremos que es nombre procedente del latino «collegium», es decir, asociación colegial. Luego, se trata de ese profesional que hoy también llamamos «homólogo». Vamos descubriendo, pues, que «camarada» y «colega» no son términos tan sinónimos como en un principio pensábamos. Y, en cuanto a «compañero», completamos nuestro estudio desvelando que sus progenitores latinos son «compania» y «panis». Es el fruto, por tanto, de la acción de compartir el pan o, acaso, de haber hecho la mili juntos. Poco parecida, también, esta última palabra con cualquiera de las otras diseccionadas más arriba. El poder, en «camarada»; la profesión, en «colega»; y las cuitas compartidas en «compañero», son sus marcas distintivas. (Siempre se aprende algo nuevo).

© 2004 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  16 de febrero de 2004

«Con el mismo arma…»

21/03/2010

¡Por Dios, amiga presentadora de Radio Cinco! Triste, verdaderamente, la noticia que usted dio hace unos días sobre esa persona que, tras asesinar a otra, se suicidó con «el mismo arma»; pero lamentable también el lapso que le hizo olvidar que «arma» es vocablo femenino. Una cosa es decir «el arma», usando excepcionalmente artículo masculino para evitar el desagradable hiato de dos sonidos iguales («la arma»), y otra muy distinta seguir aplicando el artículo masculino cuando la cataplasma ya no es necesaria. La frase correcta, admirada Carolina, habría sido: «con la misma arma».
Perdone que la corrija. Igual tiene que corregirme usted mañana, y no sería la primera vez, porque en este mundo de las palabras nadie escapa a esos encantadores que tanto viven en las cuartillas como en los micrófonos, ni a los inconvenientes propios de no ser una máquina. Y yo me alegro sobremanera de que usted no lo sea.
Me dirá que también hay hiato en «la misma arma», ya que en esta locución se codean dos vocales iguales (como ocurre en «la arma), y yo tendría que contestarle «¡touché!», si no fuera que la caprichosa ley lingüística del uso y la costumbre ha determinado que «la arma» presenta un hiato que obligatoriamente hay que corregir, mientras que «misma arma» tiene, como suele decirse, «bula». Ya sabe usted que a falta de norma escrita, el uso y la costumbre adquiere rango de ley. En el fondo, Carolina, la lengua es como una república – la República de las Letras – en la que el pueblo es el soberano y la Academia su notario. Yo, como comprenderá, ni quito ni pongo rey; sólo ayudo a esa República.
  

© 2004 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  01 de marzo de 2004

La «primer» nominada

21/03/2010

Los presentadores de la última «Gala de los Goya», uno tras otro, se emplearon a fondo en asesinar la gramática. Incontables veces pudimos oír la expresión que encabeza esta columna, en la que el adjetivo ordinal «primera», que habría sido el aplicable a la voz femenina «nominada», venía suplantado por un inoportuno «primer» de poblada barba y bigote. Cuesta creer que algo tan simple como es respetar la concordancia de género, pueda incumplirse de forma tan continua y reiterada ante millones de televidentes. «Primer» habría valido para calificar un filme, o un cortometraje, ya que ambas voces son del género masculino, pero su uso no es de recibo en relación con esa película (de nombre femenino) nominada en primer lugar por el jurado. Este error, por ser mucho más frecuente de lo que podría sospecharse, merece ser denunciado. Son muchos los casos en los que se usa indebidamente, en masculino, este adjetivo de orden: «La primer palabra que se pronunció…», «La primer pregunta planteada…», «la primer persona que intervino…». Y lo más grave es que pocos parecen rebelarse.
Tenemos la impresión de que esta voz – «primer» – tiene, como decimos vulgarmente, la negra, porque tampoco se utiliza bien, por ejemplo, al hablar del «primer edil», en referencia al alcalde; cuando es sabido que «edil» (del latín «aedilis») es sinónimo, únicamente, de concejal. La referencia al alcalde como «primer edil», equivaldría a llamar «primer sargento» al alférez, o «primer peón» a un capataz. Hay que señalar, con todo, que este último «primer», concordante en cuanto al género, nada tiene que ver con el adjetivo travestido analizado más arriba. Además, es correcto su uso en «primer ministro», «primer espada», «primer pronto», «potro de primer bocado» y en algún que otro caso más.

© 2004 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  12 de abril de 2004