Archivo de enero 2010

Poetisa

31/01/2010

La columna de hoy va dedicada a esa bella palabra – «poetisa» – que parece haber caído en desgracia. Y ello sucede, paradójicamente, cuando la sociedad en general y la mujer en particular se aplica concienzudamente en la acuñación de nuevos nombres de género femenino: concejala, ministra, médica, arquitecta, etcétera. Comenté días atrás el fenómeno con dos mujeres que cultivan este difícil arte de la poesía, y ambas, con las cuales hablé por separado, coincidieron en el parecer de que el nombre «poetisa» es horrible y malsonante, así como en su firme declaración de que prefieren ser reconocidas como «poetas». Curiosamente, tampoco la palabra «sacerdotisa» parecía gustarles por su fonética parecida a «pitonisa».
 
En el «Diccionario de Dudas de la Lengua Española», de Manuel Seco (1970), leo, junto a la voz «Poetisa», estos comentarios: «Femenino de poeta. Existe hoy la tendencia – quizá sólo moda – de evitar el nombre poetisa porque se le supone evocador de la cursilería de muchas cultivadoras de la poesía; y cuando se quiere designar, ensalzándola, a una de éstas, se la llama con el nombre masculino, poeta». Y continuo leyendo la cita que incluye a continuación sobre unas declaraciones de Dámaso Alonso al respecto: «A las mujeres españolas que escriben hoy en verso parece que no les gusta que se las llame poetisas: se suelen llamar, entre sí, poetas. Habrá, sin embargo, que rehabilitar la palabra poetisa: es compacta y cómoda».
 
Según lo transcrito, diríase que la actual aversión de las poetisas a ser llamadas por este nombre, no es tan nueva. En cualquier caso, ahora me explico por qué en ningún poemario de grupos literarios mayoritariamente femeninos pueda encontrarse la palabra «poetisa». ¿Qué decidirá la Real Academia?

© 2003  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 3 de noviembre de 2003

Hispanismos universales

31/01/2010

Es interesante investigar cómo ciertas palabras de unas lenguas se han ido introduciendo en otras. De Francia, por ejemplo, nos llegaron multitud de vocablos relacionados con la gastronomía, la industria del automóvil y la culta comunicación verbal. Pertenecen al primer caso: «gratinar», «chambré», «bechamel», «poché», «en papillote», «canapé», «fricandó», «fondue», «crêpe», «brioche», «mennier», «potage», «consomé», «croissant» «flambé», entre muchísimos otros. Al segundo:  «palier», «tablier» (hoy ya sustituido por «salpicadero»), «capó»  «cabriolé», «limousine», «pana» («panne), «chófer», etcétera. Y al tercero, el más importante, sin duda: «bon vivant», «tour de force», «coupe de foudre», «deja vu», «comme il faut», «en lieu», «touché!», «fait accomplí», «force de frappe», «voilá!», «entente cordiale», «dernier crí», «pied a terre», «bien entendu», «le mot juste», «bon apetit!», «vis-a-vis», «a la page», «savoir faire», «petit-maitre», «gafe», «en petit committé», «bête noir», «force majeur», «coup de grâce», «en famille», «enfant terrible», «enfant gâté» y un sinfín de expresiones más.  

Del inglés, como no podía ser menos, nos han llegado millares de palabras y expresiones técnicas, de la economía, del espectáculo (el «showbiz»), el marketing y la cibernética, de las que no voy a mencionar ninguna, porque son tantas las palabras que nos han llegado del «Imperio del siglo XX» que no se podrían ubicar ni en todas las páginas de este periódico. Así que pasaré al capítulo que concuerda con el título de esta columna.

Muchas de las palabras y expresiones que España ha aportado a lo que podríamos llamar «léxico universal», tienen mucho que ver con las guerras, o la política. He aquí algunas muestras: «caudillo», «guerrilla»,  «pronunciamiento», «quinta columna», «pucherazo», «liberal», «armada», «generalísimo», «junta», «alzamiento», «capitulación»… Pero el vocabulario y la lexicografía que más ha penetrado en otras lenguas, están relacionados con nuestra idiosincrasia, nuestra gastronomía y el peculiar estilo de vida que tanto nos distingue; a saber:  «¡Bravo!», «¡Salud!», «¡Viva!», «macho», «al fresco» (cenar al fresco), «bonanza», «fiesta», «torero», «tortilla», «paella», «gazpacho», «mayordomo», «rodeo», «maestro», «siesta», » donjuán», «empresario», «estivador», «mañana», «tapa», «sangría», y así sucesivamente. Mas aún hay otras, de más difícil agrupación, que son de uso frecuente por hablantes de otros idiomas, como son: «verdigrís», «estivador», «incorregible», «puntillo». Obviamente, la pronunciación de estas palabras españolas viene modificada en función de la nacionalidad de quien las usa. Así, bonanza y gazpacho pasan a pronunciarse «bonansa», «gaspasho»; empresario, «impresario»; estivador, «stivador»; incorregible, «incorrigible»; paella, «paela»; charlatán, «shárlatan»; mayordomo, «majordomo»; y torero, «torrero». 

Los movimientos migratorios, el turismo, los viajes de negocios, y los «mass media» del cine y la televisión,  han sido, sin lugar a duda, los factores determinantes del creciente «mix» lingüístico que observamos por doquier. Y, quejosos como estamos ante la invasión de extranjerismos que venimos soportando, nos alivia averiguar – como aún decimos sólo los españoles – que «en todas partes cuecen habas».

© 2003  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 24 de noviembre de 2003

La mála costumbre de desgraciar modismos

30/01/2010

«Si hubiera sido más previsor, otro gallo le cantaría…», oí comentar a un manchego hace algún tiempo. No le di mucha importancia en aquel momento, aunque la última parte de la frase – «…otro gallo le cantaría…» – había chirriado en mi oído. Y, más recientemente, otro amigo manchego exclamaba: «si hubiera cursado estudios, otro gallo me cantaría…». Ya es demasiado, pensé, para que la sustitución del tradicional «cantara» por ese inoportuno «cantaría», no se deba a una costumbre de la región.

Si bien la vieja locución «…otro gallo le cantara…» no pertenece al léxico de los eruditos, posee la gracia propia y esa agradable fonética del dicho antiguo. Los modismos del idioma – «idioms» se llaman en inglés – que son de uso opcional, pueden, por tanto, no usarse; pero si optamos por usarlos, es necesario hacerlo sin modificarlos. No es lícito, en mi opinión, desgraciar modismos tan difundidos como: «¡…échale un galgo!…», «…que te zurzan…», «…a manos llenas…», «¡…Ahí es nada!…». Los modismos,  a diferencia de las frases hechas, giros, refranes o proverbios, no constituyen una oración completa. Son así mismo de uso corriente algunos modismos latinos: «in albis», «ex abrupto», «mutatis mutandis», «a priori», «ex profeso». Si decidimos usarlos, deberemos hacerlo sin mutilarlos ni modificarlos.

La misma obligación debería regir para esas citas literarias que solemos utilizar. Por ejemplo, «¡Cuál gritan esos malditos…!» (del «Tenorio», en este caso). Nadie nos obliga a usarla, aunque los parroquianos del bar estén vociferando; pero si decidimos hacerlo, no  debemos alterar su grafía, ni exclamar, modificando la métrica de la célebre frase: «¡Cómo gritan esos malditos…!». Juan Ramón nos lo puso muy claro: «¡…no la toques ya más, que así es la rosa».

© 2003  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 17 de noviembre de 2003

La lengua de los «dichos»

30/01/2010

Son muchos los dichos que nos ayudan a pensar. Y los referidos a la lengua que hablamos nos permiten conocerla mejor, aunque nunca llegaremos a dominarla del todo porque ni siquiera los más sesudos académicos lo consiguen. Digo ésto porque un día en que cierto conocido mío se encontraba de charla con el académico Guillermo Díaz-Plaja, tuvo que explicarle el significado de una palabra que el ilustre literato le había confesado desconocer. La palabra en cuestión era: «subliminal» (publicidad realizada por medios de persuasión ocultos que sólo capta el subconsciente).
 
Pero repasemos algunos de esos dichos, o proverbios relativos al idioma. Por ejemplo, ese de Emili Piera que reza: «Las palabras permiten el arte combinatorio que se cuece en los pucheros de la literatura». O ese otro, de Epícleto: «Vela por tus pensamientos cuando esté solo, y por tus palabras cuando estés con los demás».
 
Hay algunos dichos inquietantes, como aquel de Goethe que afirma que «quien sólo sabe su lengua, ni aun su lengua sabe». Es bien cierto que sin conocer otras lenguas con las que comparar la propia, mal podremos valorar ésta. Y también los hay rogatorios: «¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!» (Juan Ramón Jiménez); o realistas: «¡Palabras! ¡Cuánto daño en un soplo de aire!» (Larra).
 
Entre los que encierran verdades como puños, escojo uno de Engels: «Lo que no se sabe explicar, es que no se sabe»; y este de Azaña: «Cuando el idioma decae, también decae el espíritu». Y aún este otro, que no se quién acuñaría: «Quien no domina la estructura de su lengua, no podrá dominar ninguna otra estructura». Pero el que más me conmueve es, sin duda, este de Antonio Gala: «Un idioma quizá no se posee hasta que se es poseído por él» (Y hay que agradecerle, además, ese infrecuente y educado «quizá»).
 
 

© 2003  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 6 de octubre de 2003

A cien años de Jiménez Aranda

30/01/2010

Unos llevan la fama y otros cardan la lana. Podríamos aplicar este dicho al gran pintor sevillano, José Jiménez Aranda, fallecido en 1903 y eclipsado, como tantos otros ilustradores del «Quijote», por la celebridad de un Gustavo Doré que ha venido ostentando el cetro como ilustrador de la gran novela de Cervantes, desde 1862. En efecto, Doré se llevó la fama y a Jiménez Aranda le tocó cardar la lana, al igual que a muchos otros creadores plásticos de su época: Moreno Carbonero, Nanteuil, Smirke, Madrazo, Espalter, Puiggarí o Pellicer. Pero el caso de Jiménez Aranda es particularmente digno de mención por haber realizado la obra pictórica más extensa – y una de las de más calidad artística – sobre esa fábula universal del Caballero de la Triste Figura.
Prácticamente toda su obra pictórica dedicada al «Quijote» – 689 láminas – vinieron magníficamente reproducidas en la célebre edición llamada «Quijote del Centenario», que desde el punto de vista artístico constituye, según consta en el «Catálogo de la Primera Exposición Bibliográfica Cervantina» (Biblioteca Nacional, Octubre 1947), «el más valioso intento de expresión gráfica del Quijote». La citada edición (José Blass, Madrid, 1905) forma hoy parte del fondo bibliográfico del Museo del Quijote, de Ciudad Real, merced a la donación realizada en 1998 por el autor de estas líneas. La obra de Jiménez Aranda viene complementada en dicha edición con otras láminas de Sorolla, Moreno Carbonero, Alpériz, Bilbao, García Ramos, Sala y Villegas, Luis (hermano de José Jiménez Aranda) y López Cabrera. La edición consta de 4 tomos de texto y 4 de láminas. «La parte tipográfica» – leemos en el citado Catálogo – «sólo elogios merece; admirablemente impresa, en tipos grandes y claros y en magnífico papel verjurado». Se hicieron dos tiradas en distinto papel.
 
Sirvan estas líneas de homenaje a un artista español singular que dedicó buena parte de su vida a ilustrar esa obra máxima de la literatura universal cuya primera publicación en Madrid, en 1605, estamos ya conmemorando. No sería justo que nos olvidásemos de tan importante pintor, compatriota nuestro, precisamente en este año 2003 en que se cumple un siglo de su muerte, o que se nos pasara elevar siquiera una oración por su merecido y eterno descanso.
 

© 2003  José Romagosa Gironella
Publicado en “Lanza, Diario de La Mancha” el día 21 de diciembre de 2003

«Con la iglesia hemos dado, Sancho»

30/01/2010

Son muy pocas, por desgracia, las frases célebres del «Quijote» que traemos a cuento al hablar. Y cuando se nos ocurre hacerlo, solemos citarlas mal. Tal es el caso de una conocida exclamación de Don Quijote a su llegada a El Toboso, en compañía de Sancho (9, II). «Con la iglesia hemos topado, Sancho», acostumbramos a decir, trastocando enteramente una de sus seis palabras, ya que la frase original reza: «Con la iglesia hemos dado, Sancho».

Pero no nos conformamos con alterar la oración, sino que pretendemos encajarla en circunstancias reales de nuestra vida en las que no resulta bien aplicada, por diferir sustancialmente de la situación que Cervantes nos describe y también de la intención con que Don Quijote la pronuncia. Al componer esa frase, sólo pudo haber en la mente de Cervantes el propósito de señalar un obstáculo físico – «un bulto grande y sombra» – que les impedía avanzar. Pronto descubren los viajeros que lo que tienen enfrente no es sino la iglesia principal del pueblo. Y Cervantes escribe «iglesia» con letra inicial minúscula. Si la frase hubiera abrigado una doble intención, como ahora algunos pretenden, en el sentido de que Cervantes quiso aludir a la Iglesia como institución, o al poder representado por ésta, Cervantes habría escrito el nombre «Iglesia» con letra inicial mayúscula, como hace en otros pasajes de la novela en los que se refiere, siempre respetuosamente, a la Santa Iglesia Católica.

«¡Qué importancia dan a esta frase, que no dice más de lo que suena, los intérpretes esoteristas del «Quijote»! – protesta oportunamente Rodríguez Marín. También Martín de Riquer considera que la frase «no tiene segunda intención y sólo quiere significar lo que dice»; y Francisco Rico, finalmente, viene a coincidir con las opiniones de los dos ilustres anotadores del «Quijote» citados más arriba. Sirvan estos juicios, todos ellos coincidentes, para desbaratar una sospecha infundada que está en la mente de algunos. Quid prodest?, ¿a quién aprovecha?, cabría preguntarse.

© 2003  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 22 de septiembre de 2003

El agua es mujer

30/01/2010

«En Japón, es el agua el que está causando problemas…». Esto es lo que decía hace unos días, alrededor de las tres de la tarde, la presentadora del telediario de la 1ª de TVE. Cuesta creer, tratándose de una profesional de la palabra, que haya que explicarle que «agua» es un nombre femenino y que sólo se vale del artículo determinado masculino para evitar la desagradable cacofonía que se produciría si dijésemos «la agua». «En Japón, es el agua la (o «lo») que está causando problemas…» habría sido, querida amiga, la fórmula aceptable.
 
La misma razón se aplicaría al artículo indeterminado: «nos dieron a beber un agua muy fresca…». Si dijéramos «una agua» nos toparíamos de nuevo con la dichosa cacofonía. Este caso del agua, puede ser comparado al de otros nombres, así mismo femeninos, tales como «ansia», «ascua» y «área», los cuales también requieren el artículo masculino cuando se usan en singular.
 
En plural, debido a la adición de la «s» que resuelve la cacofonía, los artículos pasan, en estos casos citados, a ser tan femeninos como el sustantivo: «las aguas», «las ascuas», «las ansias», «las áreas». Conviene recordar, no obstante, que hay muchas otras palabras en nuestro idioma en las que la cacofonía no puede resolverse cambiando el género del artículo. Por ejemplo; «la almohada», «lo opuesto».
 
Cuando no hay una regla, prevalece el uso o la costumbre. De igual forma que los campos deben cultivarse «según los usos y costumbres de buen labrador», en el ámbito lingüístico, a falta de reglas, conviene atenerse a los usos y costumbres de cuantos usan la lengua con propiedad. Es lo que en el ámbito jurídico, desde aquel código catalán del siglo XIII – los «Usatges» – llamamos «consuetudinario».

© 2003  José Romagosa Gironella
“Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 29 de septiembre de 2003

Incorrecciones recogidas al azar

30/01/2010

Como me propongo ir denunciando en esta columna, son muchos los atropellos que a diario cometemos en materia lingüística. He aquí algunos ejemplos anotados sobre la marcha, en apenas media hora dedicada a la lectura de diarios y a ver la televisión:
 
(1) «…la mixomatosis provocó la mortalidad masiva del conejo…»; (2) «…me parece una idea antidiluviana…»; (3) «…se celebró una misa de corpore insepulto…»; (4) …veintiún personas perdieron la vida…»; (5) «…hay que prescindir de perjuicios…». – ¿Qué tal si analizamos juntos estas frases?
 
(1) «Mortandad» habría sido la palabra correcta, ya que «mortalidad» se refiere únicamente a la calidad de mortal, o al porcentaje de defunciones en población o tiempo determinados. (2) «Antidiluviana» es palabra inexistente, por mucho que estemos «contra el Diluvio». La voz aplicable habría sido «antediluviana» (anterior al Diluvio). (3) Lo correcto habría sido decir: «misa corpore insepulto», o «misa de cuerpo presente». (4) «Veintiún» (masculino) no concuerda con el género (femenino) del nombre. La frase ortodoxa habría sido: «…veintiuna personas perdieron la vida…»; (5) «Perjuicio» significa «daño», efecto de perjudicar o perjudicarse. La palabra adecuada habría sido «prejuicio» (acción o efecto de prejuzgar).
 
Cambiando de tercio, ¿puede un columnista de un diario decirle a su directora que escribe muy bien? ¿Lo tomará como adulación? Me atrevo, en cualquier caso, a hacerlo, porque el editorial «Coque Malla, su carné de piscina y otras memorias» (del especial del pasado 15 de agosto) es simpático y ameno y está muy pero que muy bien escrito. No obstante, si yo fuera Coque Malla y llegara a enterarme de lo que Conchi Sánchez había hecho con mi carné de piscina, creo que.., estoy seguro de que.., bueno.., ¡creo que la perdonaría!

© 2003  José Romagosa Gironella
Primer artículo de la columna semanal “Puntos sobre las íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 15 de septiembre de 2003

Las lenguas del Quijote -III – El «tiempo» de la gran novela

30/01/2010

La extensa serie de libros conocida como «Hymark Outlines» (Esbozos  Hymark), que hace más de medio siglo viene publicando la Students Outline Company, de Boston, ofrece atinados análisis de las grandes obras de la literatura universal que ayudan extraordinariamente al lector y al estudiante. Antes de comenzar a leer una de esas grandes obras, ya se trate de «La Ilíada» o de los «Cuentos de Canterbury», el interesado puede encontrar en los tratados de dicha colección toda la información previa que precisará para aprovechar y disfrutar a fondo de su lectura. En el volumen dedicado a «Don Quijote» (1960), descubrimos dos capítulos, uno sobre la España en la que vivió Cervantes, y otro a modo de breve comentario crítico sobre la novela; ambos de gran interés, tanto por su concisión como por la valiosa perspectiva que la distancia geográfica parece haber proporcionado a su autor estadounidense.

Abordar la lectura de un libro, máxime si es de un gran autor, requiere una preparación de la ruta y la acumulación de conocimientos previos sobre el tiempo y circunstancias en los que la acción se desarrolla. Algo parecido a lo que todo buen viajero debe hacer antes de emprender un viaje importante. Lamentablemente, nos olvidamos con frecuencia de procurarnos ese bagaje previo. Y es también de lamentar que no dispongamos en España de traducciones de esos libros utilísimos a los que me estoy refiriendo.

Volviendo a ellos, leo en el primero de los citados capítulos el resumido retrato de una España, la de Carlos I, caracterizada por una prosperidad, un poder y un prestigio sin precedentes; y la descripción de un país cuyas flotas surcaban todos los mares y sus conquistadores contaban a su regreso historias de grandes gestas realizadas en los más apartados lugares del globo. Dichas narraciones, tan reales para aquellos que sin salir de sus casas llegaban a conocerlas, como para los aventureros que las habían vivido, constituían temas de máxima atracción. No era, pues, de extrañar que la gente, interesada por las nuevas glorias atribuidas a la nación por las hazañas personales de sus héroes, se sintiera hechizada por cualquier narración romántica que tuviera por centro una figura heroica individual, aunque ésta fuera imaginaria.

Sigo leyendo ese opúsculo, que refleja la historia tal como se debe de enseñar a los escolares de Estados Unidos – al tiempo que lo voy traduciendo al español y resumiéndolo – y anoto que también en aquella época circulaban en España multitud de romances caballerescos, escritos en la forma literaria iniciada por el llamado «ciclo artúrico». No me descubre de hecho nada nuevo, pero me agrada proseguir con tan concisa, objetiva y pedagógica versión, en la que no falta puntual mención a las historias de «Amadís» y de esos héroes y libros de los que en el propio «Quijote» se hace exhaustiva relación; y se nos recuerda que aquellos libros de caballerías seguían siendo lectura preferida del pueblo en los tiempos de Cervantes; y que éste probó conocer a fondo, aunque lo aborrecía, este género literario. También se indica en el librito de marras que la moda de los libros de caballerías se desvaneció definitivamente debido a la aparición del «Quijote» en el mercado literario europeo, porque la novela de Cervantes los atacaba frontalmente.

Es interesante la constancia que en el librillo se da sobre el hecho de que el vacío vino ocupado , principalmente, por la literatura pastoral y la novela picaresca, ambas representativas de una España, posterior al desastre de Trafalgar y a la desafortunada expulsión de los industriosos moriscos, otra vez empobrecida; de una nueva España en la que la lucha por la supervivencia había vuelto a ser la mayor aventura de buena parte de los españoles.

En el capítulo dedicado al análisis crítico del «Quijote», se apunta certeramente el carácter pretencioso y artificial de muchas de las obras que en aquel tiempo se componían, y al hecho de que el «Quijote», por el contrario, no sólo fue un arma para destruir la absurda seriedad con la que los mitos caballerescos eran tomados por el público, sino el instrumento para infundir naturalidad a una literatura sobrada de afectación y grandilocuencia. Lo que Don Quijote fundamentalmente representa – sigo leyendo – es al romántico idealista, al hombre que insiste en transformar el mundo en un lugar más justo. En cuanto a Sancho, es también interesante la versión que este texto nos ofrece de que este hombre rústico, aún reteniendo las características del personaje literario más humilde, hace gala de una sabiduría que viola abiertamente la tradición literaria. Cuando Sancho se convierte en gobernador de la ínsula, nos revela que también él, un miembro de la clase baja, puede tener ideales. En contraste con los ideales de Don Quijote, los de Sancho son enteramente terrenales: para él, el estómago lleno y un lecho confortable son las cosas más importantes de la vida; y ello porque Cervantes quiso hacernos ver que sólo cuando el hombre carece de estas cosas básicas, alcanza a idealizarlas. No es tanto, pues, cuestión de materialismo – sugiere Paul B. Bass, perspicaz autor del texto que hoy utilizamos – sino de otra forma de idealismo con los pies en la tierra.

Como verás, querido lector, intento cumplir en estas columnas la promesa de ir glosando algunas de las infinitas reflexiones que la obra maestra de Cervantes ha inspirado a lectores y estudiosos. La universalidad de la obra y la talla intelectual de muchos de sus apologistas, nos obligan a tomar sus juicios y apreciaciones con la mayor consideración. Al igual que solemos afirmar que todo lo importante que el hombre pueda decir hoy, ya se dijo ayer en griego, en lo tocante al «Quijote» debemos admitir que los que somos sus «fans» ya sólo podemos repetirnos en nuestras opiniones o pretendidos hallazgos. Se han escrito tantas cosas, en tantas épocas y en tantas lenguas distintas sobre esta siempre impresionante obra, que sería ingenuo pretender – aunque no hay pecado en intentarlo – que podamos añadir algo nuevo.

Ilustran hoy estas líneas el célebre óleo de Daumier cuyo original se conserva en la Nueva Pinacoteca de Munich.

© 2004  José Romagosa Gironella
“Las lenguas del Quijote”
Publicado en “Lanza, Diario de La Mancha” el día 15 de febrero de 2004

Las lenguas del Quijote -II- “Actos del habla…”

30/01/2010

Parece obligado hablar de lenguas, en plural, si nos referimos al «Quijote», ya que en la obra convive – democráticamente, usando un vocablo actual – el léxico más variado. No en vano Cervantes confirió la mayor importancia al componente lingüístico de su gran novela, como descubrimos en el propio prólogo de la primera parte de la obra y, ya entrados en materia, en los diálogos de muchos de sus personajes que no sólo nos muestran conocer las más célebres composiciones literarias de la época y de siglos precedentes, sino que discuten con frecuencia sobre ellas.

José Luis Girón Alconchel, tratando de esto, observa que el título de varios capítulos tiene como núcleo palabras que denotan «actos del habla» y los califican muy significativamente. He aquí algunos ejemplos:
«De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos» (II, 32); «De la sabrosa plática que la Duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note» (II, 3); «Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su señor don Quijote» (I, 49); «De las discretas altercaciones que don Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos» (I, 50); «Del ridículo razonamiento que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el Bachiller Sansón Carrasco» (II, 3), etcétera.

Es evidente, según Girón, que Cervantes valoraba explícitamente el diálogo como «acto de habla». Los sintagmas «discreto coloquio», «sabrosa plática», «ridículo razonamiento», indican que para Cervantes era tan importante el «decir», como lo «dicho»; tan significante la forma como el fondo.

En nuestra opinión, Cervantes escribe el «Quijote», en particular su segunda parte, trasladando al folio, con pionera fidelidad, diálogos y coloquios previamente captados por el oído. Las más distintas formas de hablar de aquella España de los siglos XVI y XVII, se hallan presentes en el «Quijote». Se trata de lenguaje en estado puro: de un inmenso caudal de ideas expresadas por el órgano de la lengua. Manuel Criado de Val (Anales Cervantinos, 1855-56) aprecia toda la obra como un maravilloso coloquio, y considera que «el diálogo es lo que más conserva hoy su plena eficacia estilística». Gracias a ello, Cervantes sigue mostrándosenos como el gran innovador del arte literario.

El filólogo Ángel Rosenblat, reconocido – junto con Weigert – como indiscutible autoridad en el estudio del «Quijote», confiesa que «esta obra admira por la perfecta adecuación entre personaje y habla. Cada estrato social, cada profesión y aun cada individuo nos hacen sentir sus peculiaridades lingüísticas». Y añade que «Don Quijote, hombre de libros, habla como hablan los libros; Sancho, hombre del pueblo, se expresa como el pueblo lo hace. El caballero caerá a veces en la fabla anacrónica; el escudero acudirá al tesoro del pobre, al refranero sin fondo». «Hay en ella» – concluye – «como un juego sin fin con los distintos niveles del habla (desde lo vulgar y germanesco hasta lo aristocrático) que se entrecruzan y confunden entre sí».

Todas las variantes del habla que Cervantes aprendió de los avatares de su azarosa vida las vuelca, juntas pero jamás revueltas, en la catedral lingüística del «Quijote». En ella nos topamos, sucesivamente, con el modo de hablar del cabrero, del bachiller y del eclesiástico; del hombre culto, del arriero y de la moza «del partido». Hablan los galeotes en su jerga, el bandolero o el vizcaíno en las suyas. Hasta el propio autor muda de léxico al compás de las circunstancias. En nada se parece el estilo que utiliza en el prólogo con el que usa en las dedicatorias; y distinto es, así mismo, el idioma del narrador en cada una de las partes de la obra, por no mencionar la gran distancia lingüística que separa el «Quijote» de cualquier otra obra cervantina.

Entendemos a quienes piensan que en el caso de esta gran novela, acaso también por su contenido ético, Dios tocó al escritor con la palma de su mano. Ello nos explicaría más de un misterio encerrado en esta obra admirable que Schiegel calificó de epopeya y, ¡ahí es nada!, «como la más viva imagen que se haya dado jamás de la vida y genio de una nación». ¡Qué paradójico se nos hace saber que ese libro apenas fue considerado en España, a su publicación, como una divertida parodia, o  «carcajada de ganapanes», que se transformó luego en sonrisa (hacia el siglo XVIII) y, finalmente, en lágrima (siglo XIX). Gracias habría que dar, en todo caso, a los traductores y prologuistas ingleses – Jarvis, Warburton y Bowle – que antes, mucho antes que los españoles, supieron levantar en triunfo –  cito a Santos Oliver – «como obra príncipe, como la más universal, benévola y perenne de las historias, esa desconcertante humorada manchega, hija de una cárcel».

Desconcertante fue también, en aquellos tiempos, la precoz devoción de los ingleses por la obra de un autor español. No olvidemos que Felipe II había enviado la «Invencible» a invadir Inglaterra apenas dos décadas atrás. Reconforta pensar que el mundo de la cultura, o el de las artes, puedan lograr la proeza se sobreponerse al odio. Tal vez deberíamos utilizarlas más como instrumento de concordia.

La pintura que ilustra estas líneas constituye una de las primeras interpretaciones al óleo realizadas de Don Quijote. Trátase de una obra del italiano Alessandro Magnasco (1690 circa). Prueba evidente de la temprana popularidad alcanzada por el «Quijote», también en Italia.

© 2004  José Romagosa Gironella
“Las lenguas del Quijote”
Publicado en “Lanza, Diario de La Mancha” el día 1 de febrero de 2004