Archivo de junio 2010

Nuevo desencuentro con Sánchez Miras

29/06/2010

No es cierto, contrariamente a lo que escribe mi vecino de arriba (su columna «Crueldades», del pasado lunes), que el Vaticano sea uno «de los pocos estados que reconoce la legitimidad de la pena de muerte, admitiéndola incluso en el vigente Catecismo». En primer lugar, la pena de muerte fue abolida en el Estado Vaticano en 1969, y eliminada de la constitución estatal en el 2000. En segundo, no hay constancia de que en el Vaticano se haya aplicado alguna vez esa pena, aunque mi compañero puede seguir refiriéndose a la Inquisición, las Cruzadas o a esos samizdat que menciona en su artículo y que nada tienen que ver con el tema ni con el siglo XXI. En tercero, el vigente Catecismo ratifica, si no refuerza, el mandamiento «no matarás», aunque la Iglesia legitima el derecho a quitar la vida a otra persona en estricta defensa de la propia vida (de los propios hijos, etc.). Y en cuarto lugar, el Vaticano – que no puede ni pretende inmiscuirse en el código penal de otros estados – ha venido sistemáticamente reclamando a muchos de los 89 países que aún practican la pena capital, que la sustituyan por otras penas no cruentas; y, además, han sido constantes sus peticiones de clemencia para con los condenados a muerte. ¿Cómo se puede afirmar, tan injustamente, que el Vaticano está en contra de la vida, si éste es el derecho que la Iglesia Católica con más vehemencia defiende en todas y cada una de sus fases?   
Pero no termina aquí su columna. Todavía tiene espacio para arremeter contra la Iglesia apoyándose en los «jugosos» concordatos que la Santa Sede suscribió con el III Reich. Pero, ¡por Dios!, si el concordato al que alude – el firmado por Eugenio Pacelli en nombre de Pío XI, y por Franz von Papen en representación del III Reich – se firmó en 1933, tres años antes de la Guerra Civil española y seis antes de la II Guerra Mundial, cuando aún nadie podía imaginar la tragedia universal que el nuevo régimen alemán – elegido, por cierto, democráticamente – desencadenaría más tarde.  ¿A qué viene ese adjetivo «jugosos»? El único jugo que pretendía obtener la Iglesia era el de preservar, bajo el nuevo régimen alemán, su libertad religiosa. ¿Cómo iba a arriesgarse a que pudiera repetirse en la nueva Alemania el irracional ataque a la Iglesia que en aquellos mismos años se estaba perpetrando en España? Léase, para más información sobre los verdaderos sentimientos de Pío XI, su encíclica «Dilectíssima Nobis», dedicada a España, de junio de 1933. Jugosas,  en efecto, la proeza realizada por aquel cardenal que más tarde fue Pío XII – «El Papa que se opuso a Hitler», según el historiador alemán Michael Hasemann – salvando del exterminio a 35 mil hebreos; y la salvación de más de 800 mil personas, ¡conseguida por la Iglesia Católica! y documentada minuciosamente, país por país, por el diplomático e historiador israelí Pinchas Lapide.

© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  28 de junio de 2010

El Cociente Intelectual

08/06/2010

Unas décadas atrás, a los universitarios que aspiraban a un buen cargo en una empresa importante, se les sometía a exhaustivos exámenes psicotécnicos, de varios días de duración, llegándose incluso a exigirles un certificado acreditativo de su cociente intelectual. La gran empresa, o la multinacional, se aseguraba así de que el nuevo fichaje poseyera todas las condiciones típicas de los ejecutivos que suman y multiplican, y no de los que restan o dividen. Amén de «positive thinking» (pensamiento positivo), se les exigía una excelente formación, el dominio de varias lenguas y una clara capacidad de entregarse a su trabajo. Eran épocas en las que, si tales cosas se requerían a un simple ejecutivo de la empresa privada, a un ministro, o a un secretario general del sector público, se le exigían aumentadas, verbigracia: dos o tres carreras superiores con inmejorables calificaciones y una experiencia personal fecunda en realizaciones concretas. Pero esos eran otros tiempos.
En la actualidad, hasta el más tonto del pueblo puede acceder a una alta magistratura. Ya nada depende de la excelencia, ni de una sobresaliente formación académica, ni de un curriculum acojonante, sino del amiguismo o el nepotismo de los que uno logre beneficiarse; de la simple lealtad incondicional que el aspirante pueda ofrecer a sus ya encumbrados mentores políticos. Cualquiera puede llegar a presidente del Gobierno sin saber ni jota de economía ni de ninguna otra materia; sin poder mantener una conversación en inglés, sin respetar las costumbres y credos tradicionales de su país, y sin haber destacado antes por sus obras, buenos ejemplos o la calidad superior de su intelecto.
Vivimos, efectivamente, en otra época. Una época en la que el ochenta por ciento de los universitarios confiesan aspirar a ser funcionarios. Una época en la que el valor máximo de la sociedad es el dinero, la buena vida y la absoluta seguridad en el trabajo… y después de él. Por cada político como Dios manda, tenemos que pechar con diez parásitos bien pagados y dispuestos a negar toda responsabilidad en el hecho de que en España ya tengamos nueve millones de pobres, cinco millones de parados y una corte de funcionarios que duplica la de Alemania. Una época en la que el pésimo conocimiento de la lengua española se revela como una de las principales secuelas de la mala educación impartida, hasta el punto de que un líder sindicalista puede amenazar al Gobierno con «mandatar» una huelga general. Todo cabe en la actualidad en esta época caótica, huérfana de seriedad y patriotismo, pero pletórica en engaños y dialéctica barriobajera.
¿Alguien conoce el cociente intelectual de ese señor Rodríguez Zapatero, hoy absolutamente quemado, amén de solo, que puso a una mujer llena de complejos al frente de nuestras gloriosas fuerzas armadas y que acaba cargando en los más débiles el coste de su ilusoria salida de la crisis? ¿Qué sentirá este hombre, cuando asista como invitado a una reunión del Bilderberg, o del Consejo Europeo, siendo incapaz de articular dos palabras en la lengua inglesa que utilizan todos los demás asistentes…, y todo político del mundo con un mínimo de vergüenza torera?
¿Dispone alguien de un informe psicotécnico, o de algún psicoanálisis de este señor que está haciendo de España el hazmerreír del mundo? ¡Ay, mi madre! 

© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  7 de junio de 2010

Día de asueto

02/06/2010

 Es bueno darse un respiro de vez en cuando – y dárselo a los lectores – sobre todo en un lunes festivo y caluroso, Día de Castilla-La Mancha. Es como tomarse un helado. Y, hablando de helados, les cuento que una familia italiana amiga mía se dedica a la fabricación artesanal de estos productos en la Tacita de Plata. Tres generaciones consagradas a ese ‘Salón Italiano’ de la calle Ancha, que desde hace 70 años se dedica a regalar el paladar de los sibaritas gaditanos, y a refrigerarles los veranos. Podríamos decir, para que me entiendan todos los lectores, que ese salón es como el prestigioso ‘Helados Morán’ de la Plaza Mayor de Ciudad Real, sin el cual esta ciudad no sería la misma para los ciudadrealeños, y en especial para mi amigo Eduardo Barco Iruretagoyena (espero haberlo escrito bien) y muchos otros entendidos que yo me sé. Creo que es de celebrar que sigan existiendo estas artesanías, y la atención personal que conllevan, en una época en que casi todas las «delicadezas» para el consumo de boca las fabrican mecánicamente las multinacionales, como las arandelas y las escarpias.
Para los que hemos viajado algo por ahí afuera, son de gran importancia los establecimientos que dan carácter a una ciudad. El mundo está lleno de lugares que el viajero siente la pulsión de revisitar cada vez que regresa a las ciudades en las que estos santuarios del buen gusto se encuentran. Unos son célebres por sus helados, otros por sus cafés o chocolates, otros por sus croissants o sus pasteles de manzana. A menudo, mientras vas en el avión, o en el tren, ya estás pensando en que lo primero que harás al salir del hotel será darte ese pequeño gusto largamente acariciado. Y no hablo aquí de restaurantes ni de otro tipo de locales. Mi reflexión de hoy va dirigida, junto con mi sincero elogio, a los negocios artesanales de verdad, generalmente regentados por una familia, que dan carácter a una ciudad y miman nuestro paladar. Me he referido en esta ocasión a los helados porque estamos, ¡ya era hora!, en la estación del calor en que a mí personalmente más me apetece degustarlos (aunque el amigo antes citado, y otros «enganchados» que conozco, los consumen todo el año). Pero algún día trataré de otro tipo de establecimientos y familias que, al igual que los Campo de Cádiz, o los Morán en Ciudad Real, hacen, como decimos vulgarmente, ‘patria’. En cualquier caso, ha sido un placer platicar con ustedes, amigos lectores, de un asunto que precisamente por refrescante nada tiene que ver, por una vez, con los políticos, los pensionistas, las hipotecas o los impuestos. ¡Nos vemos en Morán!

© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día  31 de mayo de 2010