No es cierto, contrariamente a lo que escribe mi vecino de arriba (su columna «Crueldades», del pasado lunes), que el Vaticano sea uno «de los pocos estados que reconoce la legitimidad de la pena de muerte, admitiéndola incluso en el vigente Catecismo». En primer lugar, la pena de muerte fue abolida en el Estado Vaticano en 1969, y eliminada de la constitución estatal en el 2000. En segundo, no hay constancia de que en el Vaticano se haya aplicado alguna vez esa pena, aunque mi compañero puede seguir refiriéndose a la Inquisición, las Cruzadas o a esos samizdat que menciona en su artículo y que nada tienen que ver con el tema ni con el siglo XXI. En tercero, el vigente Catecismo ratifica, si no refuerza, el mandamiento «no matarás», aunque la Iglesia legitima el derecho a quitar la vida a otra persona en estricta defensa de la propia vida (de los propios hijos, etc.). Y en cuarto lugar, el Vaticano – que no puede ni pretende inmiscuirse en el código penal de otros estados – ha venido sistemáticamente reclamando a muchos de los 89 países que aún practican la pena capital, que la sustituyan por otras penas no cruentas; y, además, han sido constantes sus peticiones de clemencia para con los condenados a muerte. ¿Cómo se puede afirmar, tan injustamente, que el Vaticano está en contra de la vida, si éste es el derecho que la Iglesia Católica con más vehemencia defiende en todas y cada una de sus fases?
Pero no termina aquí su columna. Todavía tiene espacio para arremeter contra la Iglesia apoyándose en los «jugosos» concordatos que la Santa Sede suscribió con el III Reich. Pero, ¡por Dios!, si el concordato al que alude – el firmado por Eugenio Pacelli en nombre de Pío XI, y por Franz von Papen en representación del III Reich – se firmó en 1933, tres años antes de la Guerra Civil española y seis antes de la II Guerra Mundial, cuando aún nadie podía imaginar la tragedia universal que el nuevo régimen alemán – elegido, por cierto, democráticamente – desencadenaría más tarde. ¿A qué viene ese adjetivo «jugosos»? El único jugo que pretendía obtener la Iglesia era el de preservar, bajo el nuevo régimen alemán, su libertad religiosa. ¿Cómo iba a arriesgarse a que pudiera repetirse en la nueva Alemania el irracional ataque a la Iglesia que en aquellos mismos años se estaba perpetrando en España? Léase, para más información sobre los verdaderos sentimientos de Pío XI, su encíclica «Dilectíssima Nobis», dedicada a España, de junio de 1933. Jugosas, en efecto, la proeza realizada por aquel cardenal que más tarde fue Pío XII – «El Papa que se opuso a Hitler», según el historiador alemán Michael Hasemann – salvando del exterminio a 35 mil hebreos; y la salvación de más de 800 mil personas, ¡conseguida por la Iglesia Católica! y documentada minuciosamente, país por país, por el diplomático e historiador israelí Pinchas Lapide.
© 2010 José Romagosa Gironella
“Puntos sobre la íes”
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real, el día 28 de junio de 2010